viernes, 4 de junio de 2010

MI RESPUESTA.



La verdad es que me siento identificado con esta nueva faceta de divulgar la naturaleza de mi nuevo mundo. Para mí es atractivo y altamente creador. Yo tengo en mi interior, de una manera potencial, todos los sentimientos: la paz, la guerra, la felicidad, la desgracia, la tristeza, la alegría de vivir, la salud y la enfermedad. Sólo saco de mi archivo mi sentimiento cuando un agente externo actúa sobre mi sistema de creencias, de valores o de prioridades. Entonces exhibo una de mis características hasta entonces ocultas. Puedo sacar la ira o puedo hacer aflorar la dicha de vivir. Son dos sentimientos; yo puedo controlarlos hasta el punto de ser consciente de cuál de ellos puedo sacar en un momento determinado. Todo consiste en hacerme cargo de la situación y no responder como se espera. Todo consiste en oír, pero no escuchar; en ver, pero no mirar; en sentir, pero no pone en marcha la emoción. Hacer lo que debo, sin dar la espalda a la situación, pero no involucrarme en ella. Ocuparme, pero no preocuparme. Sentir el momento de una manera definitiva y total, sin entregarme a los accesorios del pasado y del futuro. Esta la nueva conciencia y el nuevo mundo.



Primavera en Roble Garón. Palencia


Sé que tendré recaídas, achaques y ajes, soy consciente de mi naturaleza humana. Y, cuando durante tantos años se ha vivido en un mundo ajeno a la auténtica realidad; en un mundo negativo lleno de penurias y espanto, es muy complicado mantenerse ajeno a lo que no es real. Y lo que no es real es vivir constantemente en el pensamiento y no en el momento. Y lo irreal del pensamiento no existe, y lo real de vivir el momento no puede ser amenazado. Ahí estriba la paz de Dios.



Primavera en Roble Garón. Palencia


Me propongo, no obstante, mantenerme firme en este bastión que me he fabricado. Fortaleza inexpugnable que impide la entrada al mundo de los pensamientos, donde todos hemos permanecido el noventa por ciento de nuestras vidas. Y las secuelas de todo este tiempo no me las voy a callar; las sacaré de mí, incluso pensando que con ellas contaminaré a mucha gente. Esta es la palmaria demostración de la verdad de lo que digo. Lo advertiré para que no caigáis en la tentación de dejaros llevar por la corriente de mis quejas, de mis críticas y de mis pensamientos negativos. Las expresaré como para demostrarme a mí mismo que se puede combatir el pensamiento negativo y la crítica, siempre que se lea, pero no se integre.




Ocas en Isla Dos Aguas. Palencia




El enfermo siempre está en el mundo de las ideas. En el mundo real del momento no existe la enfermedad, ni el dolor, ni la ira, ni la muerte. Sólo la paz del ‘aquí y ahora eterno’, por muy duro que sea. Solo yo conmigo mismo y mi tarea. No mi pensamiento, sólo mi capacidad de actuar. Y eso forma parte del nivel de conocimientos y de aprendizaje. Entregarse a la actividad, totalmente en cuerpo y alma, quiere decir hacer las cosas exclusivamente pensando en lo que se hace, sin dejar vagar al pensamiento en otros vuelos diferentes, y hacer el cometido desapegado de la rutina. Una vez que hacemos lo mismo mil veces, es muy fácil caer en la costumbre. Hay gente que reza oraciones cristianas, o mantras, o salmos, o melopeas, y puede hacer otra cosa a la vez, e incluso pensar en otra cosa simultáneamente. No es lo oportuno, no sirve para nada. Las oraciones, mantras, salmos, sirven para no pensar. Pero para ello tienes que estar constantemente en la oración, en su significado, en su sentido. Mi madre tenía la costumbre de rezar el Santo Rosario todos los días, en familia. Nos reunía a todos en la cocina, al calor de la ‘bilbaína’ y conducía su plegaria a la que todos contestábamos. Pero, aparte de su práctica piadosa, estaba en todos los detalles que la rodeaban: En si yo me metía los dedos en la nariz, en el grado de cocción de las judías en la placa de la cocina económica, en que Chema le incordiaba a José Manuel o si María Elena contestaba a las letanías o no. Estaba en todo la mujer. Comprenderéis que de esa manera, la intención del rezo quedaba descafeinada. Su intención era buena –estoy seguro de que Dios así se lo consideraba- pero perdía la vivencia del momento, que es lo que constituye la bondad del rezo, que te hace vivir intensamente el momento durante 20 minutos, que, curiosamente, es lo que dura una meditación normal.

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