jueves, 3 de junio de 2010

UNO DE LOS VICIOS NACIONALES




De vez en cuando me topo en el camino con alguien que tiene la misma sintonía en la que yo sonaba hace un tiempo. Entonces conecto inmediatamente con ella y me dejo llevar. Y como me dé pie, me desmadro y suelto por mi boca sapos y culebras. Hasta me permito el lujo de quejarme, pero con visos de que no me quejo, ya sabéis. Primero la emprendo yo con alguno de mis rescoldos, todavía calientes: la enseñanza, la permisividad, incluso el apoyo clandestino a cometer desmanes y tropelías por parte del gobierno (los gobiernos) a la adolescencia, que parece que los incitasen constantemente a salir de la vía y descarrilar estrepitosamente. Luego, como me secunde y me haga coro, allá que voy con las minorías, que están gobernando España desde tiempo inmemorial. Con los nacionalismos, que sacan una loncha de jabugo cada vez que abren la boca. Con ETA, que campa por sus respetos y habla con los representantes del estado cuando les viene en gana, y se inventaron hace mucho, como el GRAPO, la forma de vivir en la opulencia sin hincarla. Con la corrupción, en la que unos se solapan en los otros, y todos a chupar del bote. Con las autonomías, que son una sangría constante para las arcas del Estado, y por tanto de la tuya y de la mía, y que debían desaparecer de un plumazo. Con la justicia, que es incapaz de un veredicto justo y ecuánime, plegándose constantemente a los requerimientos de la política. Con el sistema bancario, horondo y repleto como una matrona ahíta, que, a pesar de las inyecciones monetarias del gobierno declaran que cada vez van a dar menos créditos y más caros. Con la enseñanza, que no enseña, y en vez de formar, deforma. Con el 11-M del que me gustaría saber quién fue el muñidor, aunque me lo imagino, como todos los españoles, incluso los sandios.




El Cid Campeador



Mi interlocutor mete baza muy escasamente, porque yo hago como aquel padre de un amigo mío que fue interior del Real Madrid en los años sesenta, Félix Ruíz, de muy grato recuerdo para mí (Félix, no el padre al que conocí por sus anécdotas), que cuando hablaba con alguien y le daba la tos, con una mano se tapaba la boca y con la otra hacía ademan a su interlocutor de que esperase sin hablar que todavía no había terminado. Otro día estaba viendo pasar a la gente asomado a su balcón del primer piso de una casa de Pamplona muy próxima a la catedral. Un paisano acertó a pasar por allí justo cuando Dn. Félix expelía un ruidoso pedo. El viandante se volvió con intención de preguntarle algo y, él, sin esperar a la cuestión, le espetó: “¡Sí, he sido yo ¿qué pasa? Estoy en mi casa y me tiro un pedo cuando me da la gana…!”


La Tizona del Cid


Pero lo pasamos divinamente durante un rato intentando arreglar España. Cuando me doy cuenta de que he dejado llevar por antiguos tics, rectifico mis comentarios y me pongo en mi sintonía actual: Todo lo que pasa es necesario, no debemos entrar en el drama. Debemos seguir siendo impecables en nuestro trabajo, seguir pensando en el instante presente y lo demás vendrá dado por añadidura. No sufrir por lo que haga, diga o piense la gente y hacer ejercicio y meditación.


El escudo del Cid

Hay una frase que aprendí en mis cursos de Rebirthing con Adolfo Domínguez, y que reconforta mis momentos de crítica, hastío, drama, tedio y desesperanza: “Esto, también pasará”.

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