domingo, 13 de junio de 2010

LA EDAD NO ES SINÓNIMO DE SABIDURÍA



A mi paciente –profesional de la sanidad, joven, atractiva, carismática y sensible-, la molesta que la gente dude de su pericia apoyándose en su juventud. “¡Usted, con lo joven que es!… Como queriendo decir,…¡no estará muy al día!?” Cuando oye o intuye este sentimiento, se la revuelven las tripas y no vomita porque está muy educada. Esta sensación no sólo la siente ella, sino muchas personas que se advierten criticadas. Unas por su juventud, otras por su edad provecta, otras por su semblante y otras por su indumentaria.

Siempre he sabido que el hábito no hace al monje, pero ayuda a identificarlo. Naturalmente, la imagen que se ofrece al público es muy importante para moldear el primer criterio que establece la persona que nos ve, pero la edad difícilmente se puede disimular. En cualquier caso, el desagrado ante la crítica ajena, viene dado por la primera causa del sufrimiento de la gente según el chamanismo: Los seres humanos sufren, primero, porque la gente no se atiene a su voluntad. No hacen, no dicen, no piensan lo que ellos quieren, y esto genera desagrado, molestias mentales y sufrimiento.






Mi paciente sufre porque lo que ella querría es que la gente la considerase como una experta en su especialidad, sin detenerse en la edad o en otras circunstancias que nada tienen que ver con la sabiduría o la pericia. Y me temo que, como es muy joven, va a seguir sufriendo muchos años. Frente a esta agresión, el chamanismo te lleva a comprender que cada ser humano que habita en La Tierra, tiene una misión que cumplir y una serie de experiencias que llevar acabo, en la que nosotros tomaremos parte, o no, según nuestra relación con cada uno. Pero la gente, en general, tiene que ser libre para vivir su experiencia, y, a ser posible, a nadie nos gusta que interfieran en ella. Entonces hay que llegar a la conclusión –muy práctica por otra parte- de que cada cual puede hacer, decir, o pensar lo que le venga en gana, porque de lo suyo gasta. Y yo no soy quién para decidir nada al respecto. Mi familia, mis amigos, mis compañeros, mi pareja, pueden hacer lo que les dé la gana con mi absoluto consentimiento. Es más, yo le doy ‘la chapa’ a la gente que viene a mi consulta porque se supone que si se sientan en mi silla de confidente, es porque quieren que mejore su calidad de vida. Y entonces me explayo. Pero, si no, dejo que todo el mundo opte por su mejor solución. Si alguien de mis amigos o de mi familia me pide opinión, lo primero que le pregunto es: “¿De verdad quieres saber lo que pienso al respecto?” Y si me responde, sí, le sigo preguntando: “¿Estás preparado para que te dé caña?” La mayoría de las veces la gente se somete al rigor de mis comentarios, quizá porque saben que los hago con todo el amor del mundo.







Libertad para todos. Por favor. Esto no cuenta para los hijos menores de edad. Para ellos no hay que ejercer de libertario. Al contrario. Hay que ponerles barreras, imponerles normas y hacerles acatar leyes no negociables. Al resto de la gente, ’libertad, libertad, sin ira libertad’.
Otro aspecto del problema es la estúpida intención de que la gente nos acoja, nos acepte y nos ame. Pero yo no le puede gustar a todo el mundo, así que ejerceré de mí mismo sin aditamentos, conservantes, ni colorantes. Y al que no le guste, pues estupendo. Y al que le guste, pues fenomenal. Ejercer de uno mismo es estupefaciente. Ir de normal por la vida, es una de las cosas más alucinógenas que existen, cuando todo el mundo va de guay, sacando pecho y fardando de chorradas. Y para ser ‘normal’ hay que dejarse de bobadas y ejercer de humano con un espolvoreo de parte divina. (To be continued).

Sigo ilustrando mis 'entregas' con óleos de Álvaro Reja.

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