lunes, 7 de junio de 2010

MENTIRAS ALEVOSAS



A alguien le ha interesado, desde siempre, mantener la intriga. Y verdaderamente la ha mantenido. No se puede mentir más, durante más tiempo, a tantas personas de una vez. Porque, hay que ver cómo nos han engañado desde que hemos nacido ¡Cómo a chinos!

Ya venimos a este mundo con resabios de vidas anteriores, pero en ésta, han rizado el rizo del equívoco, la quimera y la culpabilidad. Mantener el poder ha sido el propósito de todos los que se han aupado a la cima de una manera u otra, por herencia, por la fuerza de las armas o por los votos del pueblo, que no sé qué será peor. Y para mantener el poder hay que sembrar el pánico a cualquier cosa: a la pérdida, a la indigencia, a la enfermedad, al abandono, al hambre, a la miseria. Y a cualquier precio. Y para mantener estas amenazas hay tipos curiosos y lameculos profesionales que están dispuestos a decir que el rey viste magníficas galas cuando en realidad va en auténtica pelota viva. Y todo por un puñado de monedas. Lo malo es que ahora no se trata de un puñado de monedas, sino de millones de monedas, cuyo valor intrínseco es prácticamente nulo, pero respalda un patrón que nadie sabe si existe, si es tangible y para qué sirve.






Desde que entré en el uso de razón, que antaño comenzaba a los siete años, y que marcaba indeleble la fecha en la que el ser humano podía cometer pecado mortal,…Al hilo, recuerdo aquel par de hermanos, ocho y seis años que suben a la troj para jugar. Allí se revuelcan en el grano, corretean y se duermen la siesta. Pero aquel día aparecen colgados en el techo cuatro jamones y un sinfín de ristras de chorizos. El pequeño, que ya apunta maneras, le sugiere al mayor, que ha crecido más, la posibilidad de adueñarse de un par de piezas para festejar con los amigos. Julito, el mayor, le quita la idea exhibiendo claramente su rechazo a cometer un pecado de hurto. Entonces, el pequeño, que como ya he dicho había crecido en malas ideas más que el mayor en estatura, le dice elevando la voz imperativamente: “Pues aúpame a mí que todavía no tengo uso de razón”. Pues bien, desde que crucé la barrera de la impunidad a la falta mortal de necesidad, me están martilleando la mente con cosas que no se pueden hacer. La mayoría sin ningún fundamento, ni práctico, ni científico. Subliminalmente van entrando en tu cacumen ideas y maneras de ver la vida y sus circunstancias. Siempre limitadoras, nunca positivas.






Mi madre me decía cosas que ella había oído seguramente de la suya, como que salir a la calle con la cabeza mojada era funesto por la pulmonía que podías pescar, que no anduviese con los pies descalzos porque me podía jugar un catarro, que no bebiera agua cuando estuviera sudando porque podía morir en el intento, que no me masturbase porque me podía quedar ciego…Y una sarta de mentiras sin fundamento, que se quedaron impresas en mis sesos y capaces de detonar el mecanismo oculto que provocaba la pulmonía, el catarro, la ceguera o la muerte súbita y mortal de necesidad.


Y ella lo hacía con la mejor voluntad del mundo, naturalmente. Así han transcurrido los acontecimientos desde que el mundo es mundo. Y los hombres nos hemos ido imaginando soluciones para los arcanos y las cosas sin explicación, que han ido pasando de padres a hijos, sembrando la discordia, el pánico y la penuria. Las decisiones que hemos tomado en ese sentido son absolutamente metafísicas e, indefectiblemente equivocadas. Tenemos la referencia de las gente que nos precede y de ellos tomamos las principales manías mentales. Unas cuantas son: Que la edad deteriora, con todas sus colaterales. Que cuando llegas a cierta edad, empiezan a aparecer las goteras y los ajes. Que hay ciertas cosas que a medida que pasan los años ya no son adecuadas. Que yo, individuo de la manada que es la familia, me tengo que adaptar a ella, a sus gustos y a sus enfermedades para ser acogido. En ese aspecto, si mis antecesores inmediatos padecieron de riñón, yo, para considerarme integrado, y sobre todo, para que los demás me integren, tengo que padecer de riñón. Que si mis padres fallecieron a los noventa años, yo seré longevo de igual manera. Y si mi padre falleció a los cincuenta, al cumplir cuarenta y nueve, estaré con la idea fija en mi cabeza, posiblemente hasta que la haga efectiva y verdadera.







El cuerpo humano (the human body), lo creáis o no, está fabricado para durar más del doble de lo que dura actualmente, en salud y con todas las facultades al cien por cien. Las limitaciones están en nuestro programa mental, elaborado por nosotros en un 80%, y que nos indica en cada ocasión, cómo debemos reaccionar, cómo debemos de comportarnos, cuándo debemos enfermar y hasta cuándo debemos morir. El human body (es que quiero aprender inglés y a ver si así se me pega algo), es como un ordenador, tiene su parte física (hardware), y su parte mental o de programación (software), que es la que hace que el sistema funcione con coherencia. El programa mental es fundamental para que todo funcione correctamente. Si éste es malo, incorrecto o equivocado, todo el sistema responde a estas limitaciones. Y es lo que hay. Estoy harto de decir que todo el Universo se rige por leyes matemáticas y que, por ende, el cuerpo humano (the human body), también. Y que las vísceras y los aparatos del organismo tienen unas leyes matemáticas que hacen que las células que los componen nazcan, cumplan con su función y mueran. Estos órganos y aparatos no tienen capacidad de decisión, no pueden enfermar por propia iniciativa, sólo responden a las órdenes emanadas de nuestro cerebro, el que, a su vez, responde al programa mental que nosotros le introducimos en cada momento, con nuestras enseñanzas erróneas, nuestras limitaciones y nuestras manías.

Definitivamente, el dolor del hombre, en cualquiera de sus acepciones y en todas sus formas, es una fuente de pingües ingresos para los avispados que han hecho del padecimiento su medio de vida. Hay multinacionales que facturan billones a costa de los enfermos y, naturalmente, para no perder el momio, fomentan las penas haciendo campañas periódicas que alertan a los ciudadanos y les conminan a acudir a vacunarse en masa (de enfermedades inexistentes), a comprar antihistamínicos estacionales para combatir corizas y estornudos, a examinarse las tetas, y a practicarse chequeos costosísimos para los gobiernos, pero harto beneficiosos para los listos.






Toda son flagrantes falacias, conscientes e inconscientes, que se transmiten de generación en generación desde hace miles de años. Pues, si siempre que salimos del garaje, nos rozamos con la columna de la derecha, tendremos que hacer lo posible por permanecer atentos al hecho y hacer cosas diferentes para evitarlo. Todo menos ir al médico y fiarnos de las multinacionales de la farmacia.

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