domingo, 1 de agosto de 2010

DESLIZAMIENTO


Como queriendo remachar en la idea de la innovación, esta mañana me ‘han’ demostrado que las cosas no son como parecen, como nos han enseñado, y como nos imaginamos que son. Mi escrúpulo me induce a extremar la limpieza de mi cuerpo, así que utilizo muy a menudo el bidé. Es uno de esos que tienen tapa. Siempre me ha gustado que el bidé tenga tapa. El primero que vi me pareció un recipiente práctico y maravilloso que, a su función higiénica unía la de colocar revistas, libros, recipientes de líquidos para el aseo personal, etc. No obstante, la tapa no sólo sirve para colocar cosas, remodela el objeto dejándolo algo más atractivo que destapado.





El jabón es imprescindible para completar el aseo de las partes pudendas, y los jabones en espray no dejan que la tapa caiga sobre el recipiente. Por tanto, hace tiempo que decidí utilizar una pastilla de jabón. Pero, cada vez que la pastilla se humedece, su superficie de disuelve ligeramente y resbala por la superficie de la loza. Una y mil veces la colocas en su sitio, y una y mil veces resbala hasta caer en el recipiente. En casa de mis padres, había una pequeña plataforma de un material parecido al plástico, con unas pequeñas púas por una de sus caras, para que no se deslizara el jabón, y por la otra algún artilugio que hacía que la pieza no resbalara. Por más que he buscado en algunos almacenes no ha habido medio de encontrar aquel práctico artilugio para que el jabón no resbale.




Cuando utilizo el bidé, tengo que esperar a que a la dichosa pastilla de jabón le dé la gana quedarse en el sitio donde la pongo. Y así dos o tres veces al día. Siempre se resbala por la pequeña pendiente que hace la loza, y siempre acaba cayéndose; si no hacia el seno del bidé, hacia el suelo. No os vais a creer que, una de ellas, en su loca huida de la loza, cayó por detrás, rebotó en las cañerías y se metió por el hueco que estos aparatos sanitarios tienen por detrás para que entren los tubos, etc. Allí se ha quedado. Para sacarla tendría que armar un jaleo que no me compensa, para salvar a menos de media pastilla de jabón, que, entre otras cosas, se va a volver a caer una y mil veces.






Esta mañana, al intentar asentar la pastillita de jabón en la superficie del sanitario, y resbalarse tres o cuatro veces, mi cólera me ha impulsado a coger la puñetera pastilla (que no tiene la culpa de nada) y darla un golpe contra el bidé. Como por arte de magia, el jabón se ha quedado en su sitio. Maravillado, he probado a repetir la suerte y he ensayado con distintas intensidades. He llegado a la conclusión de que basta una ligera presión del jabón sobre la loza para que éste no resbale. ¡Tiempo y tiempo luchando con el jabón y basta ejercer una ligera presión hacia abajo para que se quede en su sitio sin moverse!. Realmente había una manera, por supuesto distinta de cualquier cosa que hubiera surgido en mi pensamiento hasta ahora, pero la había. Y era tan sencilla como ejercer la ligera presión sobre la pastillita de jabón.






Utilizamos mil cachivaches para hacer las cosas más tontas e insospechadas que, posiblemente tengan una forma más sencilla y más útil de hacerlas, quizá con mejores resultados. Hemos aprendido a hacer las cosas empíricamente, por la experiencia de los demás, y nunca se nos ocurre darle vueltas a la vida como a los cubos de Rubik, hasta colocar los colores en su sitio. Pero además, hay patrones diferentes que no sólo consisten en disponer las caras del cubo de un color uniforme. Así es la vida. Hemos aprendido a no pensar en las cosas porque creemos que otras personas, antes que nosotros, han pensado ya. ¿Para qué molestarse? Sin embargo hay atajos, veredas y vericuetos para llegar al camino de siempre, sólo tenemos que buscarlos y aparecerán.

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