martes, 8 de febrero de 2011

CELOS

Cada vez que ella salía, nacía dentro de mí ese extraño nudo que se instalaba sin pedir permiso en mi estómago y allí se quedaba hasta que no volvía a casa. No teníamos ningún pacto, ningún contrato, pero tácitamente yo empezaba a formar parte de ella y ella empezaba a formar parte de mí. Sentía que me contaba patrañas referentes a dónde había estado, con quién, y en qué tarea. Se las ingeniaba para salir airosa, y si no podía, amenazaba para que me callara.

Nunca había sentido esa sensación de desasosiego, de necesidad de atacar; de hacer daño, de reprimir. Estaba lleno de celos, pero, paradójicamente, no perdía ninguna ocasión de establecer otro vínculo con alguna mujerzuela. Para mí aquello no era punible. Estaba sumergido en el pensamiento de mi época, según el cual, la mujer que se lía con otro hombre, teniendo novio o marido, es una puta y, sin embargo, es festejado el hecho de que un hombre tenga varios affaires al retortero.




La lacerante sensación seguía cada vez que imaginaba a mi amada en brazos de otro hombre. La cuestión no es que estuviera haciendo el amor con él. Yo creo que lo que más me molestaba era la mentira. Eso es lo que no podía tolerar. Los humanos, aunque sean idiotas por definición, no toleran que les tomen por tontos. Y en medio de mi idiocia, yo tampoco lo toleraba. Es verdad que se tolera mejor la verdad confesada humildemente, que la mentira. Y ella mentía una y otra vez para tapar sus vergüenzas; posiblemente sus carencias.

He seguido durante toda mi vida con esa sensación con cualquier mujer con la que haya tenido relaciones. Incluso con aquellas de roce esporádico, me molestaba profundamente, aun sabiéndolo, que me mintiera sus relaciones con otros. ¿Por qué todo este maremagnum de sentimientos? Son juguetes rotos. De niños sufríamos por los juguetes rotos. Eran nuestros juguetes. Aquellos que nos hacían felices. Y ahora yacían muertos en el suelo con las tripas al descubierto, en medio de nuestro llanto. La solución venía al cuarto de hora, cuando nos encaprichábamos con otro juguete distinto que nos hacía olvidar el destripado. En nuestras posteriores relaciones, las personas a las que ‘amamos’ actúan como simples juguetes, que cuando se rompen o cuando se pierden sufrimos desaforadamente su fractura o su pérdida. Y a eso le llaman apego. Y el apego es la traducción de la palabra deseo en el aforismo de Buda:

«El ser humano sufre por los deseos. Eliminamos los deseos y eliminamos el sufrimiento»

Pero el deseo es el motor que mueve al hombre desde que amaneca: Deseo levantarme, ponerme en marcha, trabajar, amar, gozar, comprar. No se puede vivir sin deseos. Entonces tradujimos la palabra ‘deseo’ por otra más oportuna que es ‘apego’. ¿Y qué es ‘apego’? Es el ‘deseo’ sin el cual yo no puedo ser feliz. Entonces la frase de Buda queda definitivamente así:

«El ser humano sufre por los apegos; eliminamos los apegos y se elimina el sufrimiento».

Los celos son apegos; deseos sin los cuales yo no puedo ser feliz. Pero en el momento en el que comprendemos que esto constituye, en sí mismo, una falacia mental, porque si dejo de poseer a Adelaide se acabará mi felicidad de por vida. Llego a la conclusión de que lo que ata es el apego al juguete, al estatus, a la gente, a mi pareja.




Otro factor de contaminación en los celos es el factor del sufrimiento que me produce que la gente no se atenga a mi voluntad, y más mi pareja. Mi pareja por encima de todo. La gente tiene que comulgar con mis ideas, mis dichos y mis actos, si no, rompemos la baraja. Otra falacia mental. Yo no tengo la posesión de ningún ser. La esclavitud se abolió en España en 1837. La gente que me rodea puede y debe pensar, decir y hacer lo que le dé la gana con mi conformidad. Y sólo cuando me pidan opinión se la daré con gusto. Mientras tanto a callar.

Con respecto a los celos y a mi instinto de posesión y de apego. Por mucho que sufra mis celos, mi pareja me abandonará si es eso lo que tiene que pasar, por mucho que yo sufra y me oponga al fatal desenlace. Lo mejor que puedo hacer por la persona amada es dejarla libre. Ella me lo sabrá recompensar. Y si no, seré feliz con Adelaide y sin Adelaide, también seré feliz.

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