jueves, 10 de febrero de 2011

HOMENAJE

En la época heroica de la TV en Palencia, allá por los 80 –cuando lo de Felipe–, le tocó, no sé si en suerte, encargarse de la dirección, a uno de los hermanos de la muy numerosa prole de los Mellado. Nos conocíamos a través de uno de ellos, José Manuel, a quién todos llaman ‘Piñón’, quizá porque en su niñez era redondo y pequeño como un piñón. La quisicosa es que el director de TV Palencia vino a mí para ofrecerme un programa de ½ hora, de divulgación médica. No lo pensé ni un segundo, me pudo mi adulonería y tampoco me desagradaba presentar un programa a mi manera, del que yo iba a ser guionista, presentador, ambientador…

Me saqué de la manga un híbrido entre medicina alopática con unos toques de para- medicina y un espolvoreo de esoterismo. En este momento no me acuerdo del nombre, pero estoy seguro de que era acertado (se me ocurrió a mí). Durante el programa, presentaba a un personaje de la vida médica de Palencia, y, a medias, desarrollábamos un tema de actualidad y de interés general. Siempre en distintos ambientes, a cual más atractivo, y huyendo de la frialdad y la anquilosis de los platós. La música de fondo era de lo más, y siempre apoyábamos las explicaciones con films alusivos o con presentaciones en PP. Al final de cada programa metía mi cuña esotérica:

«Y bien, amigos. Hasta aquí el programa de hoy. Y no me quiero despedir de vosotros sin recitar la frase con que cierro todos mis programas: «Todo hombre, si se lo propone, puede ser el escultor de su propio cerebro» (Dn. Santiago Ramón y Cajal).

Estuvieron en la programación mucho tiempo; creo que hicimos más de 50. Luego repetimos en TV Palencia 2.000 con Alfonso Rodríguez. La tónica fue la misma y seguí cerrando los programas con la misma frase de Dn. Santiago.

Mi hijo Daniel es arquitecto de fortuna (me refiero a sus ideas y realizaciones, no a la pasta, que hoy es más bien escasa) y me gusta ir a ver sus obras cuando va a su visita (obligada cada cierto tiempo, si el arquitecto es honesto). El año pasado concursó, como de costumbre, para hacer un centro de salud en Saldaña. Le dieron a él la realización del proyecto entre una concurrida oposición y me llevó a ver el solar donde iba a levantar el centro sanitario. ¡Tanta era la ilusión que nos hacía a ambos!...

Luego la hemos visto un par de veces más, la última hace dos o tres meses. Come conmigo todos los martes y charlamos de sus obras. Como hacía tiempo que no iba a Saldaña, me interesé por la obra. Me comentó que cuando estuviera pintado me llevaba.

El miércoles pasado le acompañé. Es curioso cómo cambian las obras de un mes al siguiente. Ya estaban plantados los chopos lombardos, que en fila de siete adornan la plaza, formada por los tres cuerpos de la obra: La entrada principal en el centro; a la derecha las consultas, y a la izquierda urgencias. Después de verla un rato por fuera y por cada uno de sus ángulos, me sugirió que entrásemos para ver la pintura y las luces.

Atravesamos las dos puertas mecánicas, separadas por un panel de cristal para cortar la corriente. Enfrente se dispondrá la recepción. Mirando al techo se topa uno con el entramado del primer piso rematado por un antepecho de cristal. Y en lo blanco del entramado ha escrito, en letras de oro, una frase para que la lea todo el mundo indefectiblemente cuando entre al centro de salud. Adivinad qué frase a esculpido en oro:

«Todo hombre, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro» (Santiago Ramón y Cajal).

Un lágrima se me escurrió de uno de mis ojos y me abracé a él agradeciéndole tan limpio, tan claro, tan elocuente, tan tierno, tan cierto homenaje.






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