miércoles, 6 de abril de 2011

DECIDE TU PROPIO FUTURO





Eres soberano para tomar tus propias decisiones. Nadie te puede obligar a hacer lo que no quieres, pero, en ocasiones, te puedes ver en situaciones que te arrinconen contra la pared y te fuercen a tomar una decisión que, si lo piensas bien, no es la más acertada. Detrás de cada decisión debe de haber una reflexión profunda de los motivos que nos impulsan a adoptar una medida o decidir sobre un aspecto determinado de nuestra vida.




Empezaremos por aclarar que una decisión siempre se debe de adoptar cuando nos encontremos bien, tanto física como psíquicamente. Si por alguna circunstancia no te encuentras en plenitud, te recomendaría que no tomes ninguna decisión porque, en el estado en el que te encuentras, lo más seguro es que hierres y tu decisión no sea la más acertada o la más conveniente. No decidas separarte de tu pareja después de una grave discusión que te produce mucha tensión y angustia. No huyas hacia adelante, te puedes arrepentir. Espera con paciencia. Ponte bien, elimina el estrés y toda tu carga afectiva y después toma la decisión. No decidas tirar las patas por alto y mandar al guano a tu jefe después de una bronca; cuenta hasta cien, y si después todavía tienes ganas de saltar a su yugular, cuenta hasta mil. Espera, cálmate y después decides. No te pongas como una fiera porque otro conductor te haya cerrado y hayáis estado a punto de tener un accidente; piensa que todo somos humanos y muchas veces tú has hecho a otros justo lo que tú tratas de recriminar de mala manera a tu ’atacante’. No merece la pena. La vida es para vivirla bien y para ofrecer a los demás lo mejor de nosotros. El otro día presencié en el aparcamiento de un centro comercial, la pelea a puñetazos de dos cincuentones, por un aparcamiento. No os podéis imaginar lo ridícula que puede ser la escena para alguien que la mira despojándose de los perjuicios y lejos de tomar partido –que esa es otra…–, dos personas maduras enzarzadas en una pelea de pandilleros por un aparcamiento de los que había mil…




Tú eres soberano para tomar decisiones, pero no para enzarzarte en una pelea por cuestión de orgullo, o por quedar bien con tus amigos, o con tu familia, o por quedar por encima como el aceite. Hablo de otro tipo de decisiones que se ven cercenadas por la carga afectiva del momento. Por ejemplo la decisión de dejarte abrir el coco porque, al parecer, en un escáner han detectado un aneurisma que, posiblemente haya estado ahí hace 50 años, del tamaño de una avellana y que, según los facultativos del ramo, pudiera estallar en cualquier momento con peligro de exitus letalis. Pero no te ofrecen garantías posoperatorias. Te puedes quedar ciega, tonta o como una acelga. Pero, claro, la familia te hostiga para que decidas operarte, porque, a lo mejor, dentro de 100 años se estalla el aneurisma y… Y dentro de 100 años, todos calvos. Tú decides por encima de los criterios médicos y familiares. Siempre el poder de decisión es tuyo. Nadie puede decidir por ti a no ser que estés filete y no puedas ni hablar, macho.

Si estás bien, en el uso de todas tus facultades físicas y mentales, respira profundo por lo menos diez veces. Levántate si estás sentado o siéntate si estás de pie, piensa por un momento en tus posibilidades, en lo que quieres y en lo que no quieres y, con una sonrisa en la boca –eso que no falte– emite tu juicio. Y, luego –muy importante– no te arrepientas nunca de la decisión que has tomado.

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