jueves, 7 de abril de 2011

JUSTICIA





¡Qué fácil es privar a un hombre de su dignidad, de su fortuna, de su prestigio y de todo lo que posee! Se han dado en la historia este tipo de usurpaciones, se siguen dando y seguirán dándose mientras el género humano, en el que sin embargo sigo creyendo, siga teniendo envidia, odio, inquina y rencor. En este planeta todo se rige por las envidias y los deseos de poseer los que otros atesoran. Aquellos que se ven despojados de lo que poseen, caen en la desesperación; unos se privan voluntariamente de la vida y otros pierden el interés y se dejan morir apoyándose en las drogas o en el alcohol. Es difícil reaccionar gallardamente ante los reveses de la fortuna, sobre todo cuando uno se siente inocente e injustamente zarandeado por las circunstancias. Lo más fácil es reaccionar mal sin comprender el motivo de tanta injusticia. Pero la injusticia no existe; todo se rige por la justicia que cada uno ejerce sobre sí mismo. En realidad no existe la justicia ajena; lo hilos se mueven de tal manera que hace aparecer como injusticia aquello que nosotros hemos deseado para aprender.




Qué es, sino, la injusticia, que el ejercicio de nuestro libre albedrio y de nuestra propia utilización de lo justo? El entorno no hace más que cumplir fielmente con nuestros manejos. Y aquello que nos parece una injusticia, en realidad responde a nuestra programación privada. Sólo de esta manera podemos aprender las cosas de la vida. Quizá yo fui injusto en otras vidas con mucha gente. A lo mejor fui un obispo de la Santa Inquisición, que cremó en la pira a más de un inocente, por el mero hecho de que pensaba de una manera original, diferente o sorprendente para las mentes obtusas de la época. Quizá yo fui injusto juzgando al prójimo y provoqué más de un suicidio mental; más de un desastre, y más de una guerra. Quizá yo asesiné a más de uno para engordar mis arcas, ya repletas de hurtos, tropelías y asesinatos.

En realidad, no existe mejor medicina para el alma que sufrir en nuestras propias carnes aquellos desmanes que nosotros cometimos en cabeza ajena. No existe mejor ejemplo que sentir en el alma lo que ellos sintieron en la suya por nuestra culpa. No existe mayor claridad que la que uno ve cuando son los demás los que nos agravian, los que nos agreden, o los que nos sumen en la más negra de las miserias, en el cuerpo o en el alma.

Hay muchas injusticias en esta vida. Pero aquellos que las cometen, son unas marionetas en nuestras manos. No hacen más que aquello que a nosotros nos conviene para nuestros fines. Cuando veo injusticias no ataco al injusto, me regodeo con el agraviado que ha dictado magníficamente su guión para sentirse perseguido de mala manera y zarandeado por su propia obra. Por cada injusticia hay un injusto en otro momento y en otra vida. Y por cada injusto, habrá, en otro momento, una injusticia fundamental para que aprenda. Y así hasta que la humanidad comprenda todos y cada uno de los fines que nos han traído a vivir en este planeta. Hasta que estemos purificados en el crisol de nuestra propia esencia.

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