¿Por qué extraño motivo nosotros, los humanos, pretendemos monopolizar nuestras propiedades? ¿Por qué extraña circunstancia nosotros, los humano, nos arrogamos el derecho de propiedad, no sólo de cosas materiales, sino de personas físicas? ¿Por qué extraña razón nosotros, los humanos, consideramos como un derecho poseer de todo, en exclusiva y en enormes cantidades? ¿Llegaremos algún día a considerar que no tenemos ningún derecho a la posesión de riquezas mientras haya un solo ser en el planeta que pase hambre? Parece que este concepto entra en contradicción con mi pensamiento de que cada cual elegimos lo que en este planeta tenemos que hacer. Pero si lo estudiamos detenidamente llegaremos a la conclusión de que elegimos la pobreza porque hay riqueza y elegimos la riqueza porque hay pobreza. Pero si estos conceptos no existieran entre los seres que pueblan la tierra; si cada uno aportase lo que tiene al resto, nadie estaría en precario, todos tendrían de todo lo necesario para sustento, cobijo y abrigo.
Y ahí es a dónde yo quiero llegar ¿Por qué el instinto de posesión? Algunos filósofos opinan que nace de la falta de seguridad en lo venidero, que impulsa a los hombres a guardar para momentos de penuria como la hormiga. Otros científicos de la mente opinan que las posesiones dan poder y el poder produce una suerte de erótica que complace al hombre hasta el extremo de constituir para él una necesidad vital, como una droga que acostumbra a un estado de felicidad que hay que reproducir cada vez más a menudo. El tener, para algunos es una elección, para otros una necesidad que deben cubrir a costa de lo que sea, y para otros es una suerte que ni siquiera han buscado, les ha venido dada por herencia o por un golpe de fortuna. En cualquier caso el tener, en cualquier medida, es un parámetro mental que nos inculcan en cuanto tenemos uso de razón y lo refuerzan cada vez más hasta constituirse en la meta de todo el mundo: Tener, y cuanto más, mejor.
Cree el humano que el tener va en consonancia con la felicidad buscada por todos, pero no es así. Las posesiones no dan la felicidad. De hecho es totalmente infructuoso buscar la felicidad fuera de nosotros mismos que es donde reside. Cada cual aspira, para conseguirla, a tener un buen sueldo, una buena casa, un buen automóvil, una bella mujer. Nada de eso produce felicidad; todo es efímero y perecedero. Cada cual quiere, además, conservar lo que tiene: posesiones, amigos, cónyuge, a fuerza de cadenas y candados, para que no se escape, para que no huya de nosotros. Ninguna cadena, a lo largo de los siglos, ha sido capaz de obligar a nadie en contra de su voluntad. A la postre, el ser humano ha roto sus cadenas y se ha considerado libre de vivir su vida y no la que le obliga alguien a vivir en función de un contrato refrendado con varias firmas.
Hay mucha gente que se cree que lo tiene todo controlado a largo plazo. Mirlo blanco, joven, si crees firmemente en tu seguridad para mañana. Limítate a vivir tu seguridad del momento, que la futura ya vendrá. Y en este mundo no hay mejor seguridad que el instante que vivimos. ¿Qué te crees, que porque ates a tu mujer a la pata de la cama te va a permanecer fiel? No digas tonterías. Si tiene que vivir su vida y sus experiencias, por muy gorda que sea la cadena que la hayas puesto alrededor de su tobillo, la romperá y se irá a hacer lo que ha venido a experimentar, por encima de ti y de tus miedos a perderla. Lo mejor que puedes hacer por una persona a la que amas es dejarla libre, y que ella lo sienta así. No posees nada, todo lo tienes prestado. Y cuando te marches no te vas a llevar ni un solo céntimo al otro lado, ni un ladrillo, ni una tela, nada. Empieza por desapegarte, poco a poco, de lo que tienes y de lo que amas. Tienes que llegar a ser feliz con una pasta y sin nada; con Adelaide y solo. Venimos solos a este mundo y también, y afortunadamente, nos vamos solos y sin nada en los bolsillos.
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