martes, 26 de abril de 2011

MUY POR ENCIMA






La base de las redes sociales, que tienen un éxito comprobado, es su superficialidad y brevedad. Es lo que demandan los jóvenes de hoy. Aparte de estas características es muy atrayente para ellos el factor anonimato y la posibilidad de adoptar una personalidad diferente a la propia para establecer relaciones o para lograr la adhesión de muchos folowers (secuaces). En las radios es clásico que los conductores de programas de alguna audiencia tengan espacios en una red social y que pugnen entre ellos por el número de secuaces. “Yo tengo 80.000 secuaces. Y, tú, pringao, no tienes más que 65.000”, se suele oír, no sin un leve sonrojo por lo estúpido de la afirmación.




Más, la superficialidad no va con mi cultura, ni con mi carácter, ni con mis pretensiones. Reconozco, no obstante, que son las determinantes que multiplicarían el número de mis secuaces. Pero ¿Para qué muchos seguidores de algo que a mí me parece inútil? ¿Qué decir para igualar las marcas del resto de los bloggeros, twitters o participantes en cualquier red social que, aparte de congregar huelgas y asonadas, pretenda ser útil por sus contenidos? Definitivamente prefiero tener pocos, pero que a alguno le sirva de algo lo que escribo.

Hoy, que sólo nos llegan al tímpano vibraciones estándar, ya escuchadas miles de veces anteriormente; manidas, utilizadas hasta la saciedad, sin nada original, sin nada útil en ningún sentido. Pretendo alertar a mis lectores de que en vez de oír, escuchen. Cualquier conversación; cualquier pregunta; cualquier parlamento oído en radio, televisión o dicho en la calle al paso, si escuchamos, nos damos cuenta de que ya lo hemos oído muchas veces antes; de que siempre se emplean los mismos términos, en el mismo orden y casi con las mismas inflexiones de voz. Las preguntas siempre aluden a la salud de una forma explícita y las contestaciones, o repiten la primera parte de la pregunta: “¿Cómo vives?”. “Vivo”, o son fingidamente positivas: “¿Cómo estás?”. “Perfectamente”. Después, la pregunta que sigue, si hace tiempo que no ves a la persona, es un interés simulado por la familia. Porque ¿qué carajo te importa la familia del fulano?. Si te contesta que, bien todos; ahí se acaba la canción. Pero si te cuenta la desgracia o la muerte de turno. Eso sí que tiene enjundia: “¿No me digas? Pues no me he enterado. Me dejas de piedra ¿Y cómo fue?” La verdad es que no te interesa en absoluto la historia del fallecimiento. Lo verdaderamente definitivo es que la ha palmado sin remisión, y, ya. Pero un muerto da para mucho. Aquel día ya tienes conversación para todo el que te encuentres. Y si no tienes la suerte, al llegar a casa empiezas a llamar por teléfono como loco para contar la cosa de primera mano.



¡Qué pocas cosas de las que oyes tienen interés, madre mía! ¡Qué pocas cosas de las que oyes al cabo de la semana te sirven para algo práctico! Todos son noticias, opiniones de todo tipo, la mayoría no fundamentadas, ni contrastadas, ni necesarias, que no sirven para nada en absoluto. Así que, para poner un broche de oro a este post os voy a contar una anécdota sonrojante. Érase que se era un padre que llevó a su niño de ocho años al otorrino. El médico le sentó en el sillón de exploración, le hizo abrir la boca –cosa que consiguió a duras penas–, le bajó la lengua con un depresor de madera higienizada, e, inmediatamente exclamó: “¡Qué mal está operado este crío de las amígdalas! ¿Quién fue el animal que le operó?”. “Usted. Don Arturo” –contestó el padre esbozando una sonrisa y llevándose la mano a la boca para que no se le notara mucho…

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