martes, 24 de mayo de 2011

ESO LLAMADO AMOR






En mi juventud –ya lejana en el tiempo– mi padre regentaba un negocio de reparación y puesta a punto de automóviles en la calle Fernán González de Madrid. En mis ratos libres me complacía perderme por allí, bajar al sótano donde reparaban las máquinas y enterarme someramente de los porqués de las cosas. Era frecuente tener que rectificar motores gripados por un exceso de calor o una pasada de revoluciones. Entonces había que desmontar el bloque donde se alojaban los cilindros, para rectificar sus alojamientos y encamisarlos. Después de rectificado el bloque y durante el montaje, había que unir las dos partes del motor por medio de unos tornillos muy largos que los entendidos llamabas ‘espárragos’ posiblemente por el parecido que mantenían con el fruto de la tierra. Los espárragos tenían un número de vueltas muy preciso para asegurar la unión de la culata con el bloque . Si no llegabas podían producirse fugas, si te pasabas en el número de vueltas podías partir la cabeza de uno de los espárragos, cuestión que tenía mal arreglo.

Dar demasiadas vueltas a las cosas no es uno de mis vicios, pero, de vez en cuando, es oportuno recalcar algún aspecto de la relación humana, no muy bien entendido y, por tanto susceptible de provocar reacciones indeseables. Recientemente he visto un vídeo de un gurú moderno, un tanto curil, de los que se dedican a dar cursillos para mayor gloria de Dios –que en realidad no necesita mucha más de la que ya atesora. Ha grabado algunos videos de corta duración en los que expone someramente los temas que va a tratar durante las dos partes en las que divide su curso. En la presentación anuncia el título de la primera parte que es: Relación de pareja. Y comenta que los humanos buscamos incesantemente en nuestro periplo por la vida, el complemento de nuestra alma gemela, con quién, al final, poder volver a nuestros Creador, purificados. Yo me pregunto entonces: ¿Será verdad que cada ser humano tiene una pareja ideal que constituye su mitad indivisible? Y si es verdad ¿Por qué tantas vicisitudes hasta dar con ella? ¿Por qué tanto sadismo inhumano por parte del muñidor de universos? No; yo creo que el hombre y la mujer son individuales en su naturaleza y espíritu. Nacen solos y se mueren solos que te cagas. Y durante el camino, para perpetuar esta caótica y desconsiderada especie animal, se relacionan con especímenes de distinto sexo, única posibilidad para procrear y llenar el mundo de mamones, que yo no sé cuándo puñetas van a aprender algo para llevarse decente y discretamente bien.

La relación entre un hombre y una mujer es pura química; meras reacciones hormonales que se ponen en marcha con la simple visualización de seres de distinto sexo. A una primera época de efervescencia y marketing, sigue otra en la que ya no se sabe muy bien a qué juegan y las relaciones se ven inmiscuidas por las convicciones religiosas y/o educacionales. Que si te casas para toda la vida…que si el matrimonio es indisoluble…que si ‘te casaste, la cagaste’… y otras ideas por el estilo que no tienen nada que ver con la realidad imperante.

La base de argumentación en la que pretendo apoyar mi comentario es que la idea del amor en las relaciones camina por vericuetos procelosos e inciertos que no se sabe muy bien a dónde nos llevarán. El amor no está definido convenientemente, y en mi concepto, el amor que el 50 % se los humanos sienten por el otro 50% de sexo diferente, no debía llamarse amor sino contrato, transacción comercial, apaño, amasijo, contubernio o cualquier palabra que defina una relación en la que tácitamente una de las partes ofrece una serie de cosas que la otra parte se ve obligada, por contrato mental, a devolver sistemáticamente. Esto no es amor, es una puñetera mierda. Yo te doy si tú me das, y en el momento en que se incline la balanza hacia un lado o al otro rompemos la baraja, es una añagaza para tenerse uno al otro implicado en una situación de dependencia y esclavitud constante.

Cuando somos dependientes; en los años infantiles en los que hemos de reforzar nuestros sentimientos, nuestra estima y nuestro crecimiento físico y psíquico, necesitamos amor a raudales que nos alimente el alma, única manera de crecer. Cuando cumplimos una cierta edad, rayana con la adolescencia, ya el amor que nos pueden dar no es necesario, ni cumple con ninguna función excepto la meramente chantajista emocional, que nos induce a actuar de determinada manera para seguir manteniendo la dosis de amor que nos ofrecen nuestros padres, parientes cercanos, amigos, parejas, única manera de que nos integren en la puñetera manada…

Pasado el periodo de necesidad vital de recibir amor, solamente sentimos placer dándolo. El único acto que necesitamos es amar con todas nuestras fuerzas y de una manera incondicional, parecida al amor que siente la madre por sus hijos dependientes y desvalidos. Ya no es necesario que nos amen; se puede prescindir de este estímulo, que se compensa con creces amando incondicionalmente. Y esta es la única necesidad vital del género humano: Amar. Yo te doy mi amor incondicional, y tú haz con él lo que quieras. Si me ofendes, re preguntaré por qué lo haces. Y si me pones en una situación humillante me tendré que alejar de ti. Pero sin rencor, sin rabia, sin odio. Te seguiré amando en la distancia. Comprendo la naturaleza humana en la que todo es posible en un momento determinado. Y mis flaquezas son universales como las tuyas. ¡Que Dios te bendiga!



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