jueves, 26 de mayo de 2011

PATRONES




La repetición de patrones adquiridos durante la niñez o la juventud, está presente en toda la humanidad. Decisiones adoptadas en aquellos tiempos, nos persiguen sin tregua haciendo que reproduzcamos situaciones de frustración, complicación, confrontación, compensación, o aquellas en las que la dosis de adrenalina nos ha deparado un estado de placer. La necesidad nos acosa constantemente demandándonos la reproducción urgente de esa conjunción ideal de productos químicos y hormonales que nos produjeron satisfacción. En realidad el cuerpo humano es capaz de fabricar cualquier producto necesario para equilibrar nuestra homeostasis; incluso materias superiores en efectos a los opiáceos, que sedan el organismo y calman el dolor y las tensiones.

Las maniobras de relajación y visualización creativa tienden a exigir al organismo que fabrique esas sustancias necesarias para mitigar estados de urgencia vital. Y nosotros, carentes de un maestro que nos conduzca, adoptamos el papel de gurús inconscientes de nosotros mismos y, de una manera, la mayoría de las veces inconsciente, instamos a nuestras glándulas de secreción interna a que nos proporcionen la dosis exacta de productos enervantes o excitantes.

Están descritos multitud de casos en los que el niño, en edad oportuna y una vez maduras sus condiciones sexuales, recurre a la masturbación ante una frustración, una regañina o un mal resultado escolar. Y como el acto tiene una alta dosis de complacencia, sedación y amnesia, al final acaba constituyéndose en costumbre, a veces inveterada. Y a la larga, eliminada de sus archivos mentales la causa que provocó el primer acto placentero, buscan, a veces sin resultados positivos, la solución a un estado de cosas que no les parecen convenientes, y que tuvieron un principio.

Igualmente los niños severamente reprimidos por sus padres tienden a castigarles con su propia mala conducta. Es un mecanismo consciente de: «Pues ahora te vas a enterar de lo que es portarse mal…» Y sus actos, reprobables a todas luces, no provienen en modo alguno de la naturaleza maligna del niño, sino de una mala decisión de hacer sufrir a su padre en un momento de reprimenda mal entendida por el adolescente y a todas sus luces, injusta.

Las decisiones paternas, incluso durante la gestación del niño, influyen de una manera, a veces terriblemente decisiva en el subconsciente, provocando un sentimiento de rechazo a su naturaleza y a su sexo, que querrán compensar en la vida futura pulsando la aceptación de personas mayores parecidas a su padre. Bien son sabidas las preferencias de sexo de algunos padres. Los padres habitualmente quieren un heredero que pueda proporcionarle orgullo y satisfacción. Y las madres preferirán una niña que las ayude en sus labores y con quien poder establecer una relación de confidencialidad difícilmente alcanzable con un varón. Pero estos mecanismos inconscientes, los percibe el feto –existen multitud de estudios al respecto– como un rechazo y una agresión y provocará en la niña unas actitudes masculinas para compensar los deseos contrarios de su padre, y unas actitudes femeninas para complacer a su madre. Cuando se dan ambas circunstancias, crecerá un ser ambiguo con problemas de identidad. En caso contrario, tendremos a un ‘chicazo’ (mujer masculina) o a una ‘damisela’ (hombre femenino), que sólo alcanzarán su verdadera identidad, si, en un futuro se sienten arropados, definitivamente, por su padre o por su madre con respecto a las verdaderas apetencias, en el orden sexual de sus hijos.

En otro orden de cosas, los intentos de sentirse aceptados, impulsan a los seres humanos a ofrecer su cuerpo, sus encantos, o sus cualidades positivas a personas de una edad similar a las de sus padres que, la mayoría de las veces se sienten complacidos con la situación y la toman de buen grado. De ahí los favores sexuales de adolescentes a personas maduras que no se pueden entender bajo otros puntos de vista racionales.

Una vez entendida la circunstancia que nos impulsa a ciertos actos, podremos moderar su intención y dejarlos en su justa medida y equilibrio. No tiene nada que ver este comentario con la moral o con la ética. No quiero condenar ninguna actitud, ninguna compulsión, ningún supuesto vicio; sólo quiero ofrecer una posible solución a aquellas personas que persiguen, sin resultados, una solución para lo que ellos creen actos irreflexivos, que no son, ni más ni menos, que intentos de conseguir la aceptación de personajes para compensar la no aceptación de sus padres.

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