miércoles, 4 de enero de 2012

PECADO.



No puedo escucharlo sin amocionarme ¡Tanta belleza! ¡Tanta sensualidad! ¡Tanto amor!...

Aparte, se me ha colado de rondón un artículo que escribí y nunca había bajado:



Pecado es la transgresión voluntaria de preceptos religiosos. También, la cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido. Así mismo, el exceso o defecto en cualquier línea. Y según la doctrina cristiana: obra, palabra o deseo contrarios a la ley de Dios.

Son conceptos claros que puede entender todo el mundo. Parece, sobre el papel, que no existe ninguna importancia en las frases en sí. La enjundia se la concede el que las interpreta, y que, de paso, se adjudica el complejo de culpa necesario para considerar al pecado como algo capital para nuestra vida, imbuida desde la niñez en la doctrina premio/castigo. Si tus obras están dentro de lo que es debido, no transgreden los preceptos religiosos, no se apartan de lo recto y justo, y no son contrarias a la ley de Dios, puedes dormir tranquilo con la seguridad de que nadie te castigará por ello. Pero, ¡Hay dolor!, si no cumples con los preceptos, estarás preparado para el remordimiento, el miedo, la ansiedad y el fuego purificador. Pero, si el fuego fuera, eso, purificador, significaría que es perecedero en la cuantía del pecado. No. Nos prometen el fuego eterno para castigar nuestros pecados mortales.

Miguel decía que el pecado de pensamiento –por otra parte tan punible como la obra– es lo más estúpido que puede cometer un hombre. Por lo menos ten el placer de la obra, porque, al final, ambos son merecedores del castigo eterno. Parece broma, incluso yo me río cuando lo pienso, y la reflexión me parece estupenda: Ya que nos hemos de condenar, obremos en consecuencia, no vaya a ser que sólo por pensarlo nos manden al trullo.

¿Vivir bajo la amenaza es decente? Yo creo que decente no es, pero práctico, sí. Hay tanto hijo de p. suelto, que a no ser que les amenaces constantemente, esto puede convertirse en la debacle. Bueno, ya es algo parecido al caos, pero, sin amenazas, puede llegar a ser un desastre, un infierno, un dislate, dégoûtant.

A lo que te voy, tuerta. A mi edad, después de reflexiones sin cuento, experiencias y estudios, he llegado a la convicción absoluta de que nadie es merecedor de castigo por parte de nadie, a pesar de sus muchos errores, que incluso hayan repercutido en miles de semejantes inocentes. Entre otras cosas, no hay nadie, allá, que tenga la intención, la misión o el prurito de juzgarnos. Nadie nos va a juzgar. Dios nos concedió la gracia del libre albedrío para que cada cual hiciéramos de nuestra capa un sayo. ¿Quién juzga, en definitiva, al alma cándida que llega allá, después de su periplo acá? Cada cual se juzga a sí mismo. Y si eres intransigente, perfeccionista y orgulloso, así te vas a juzgar. Exactamente como tú has juzgado en vid al prójimo. Igual o peor.

¿Quiere esto decir que a los criminales hay que dejarlos campar por sus respetos? De ningún modo. Hay que neutralizarlos para que no cometan felonías, de la manera más segura. Si es preciso, aislarlos en islas remotas bajo la vigilancia de carceleros armados hasta los dientes, para que no se mezclen con la gente honrada. Ellos mismos se juzgarán al final de sus vidas, pero cuando estén hartos de su falta de libertad y de no poder dar rienda suelta a sus canalladas.

Pero no existe el pecado. Sólo existen errores de comportamiento, que redundan en perjuicio nuestro o del prójimo, en menor o mayor cuantía. Y al final aprenderemos de nuestros errores más que de nuestros aciertos. Es la ley.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...