miércoles, 22 de febrero de 2012

LA FIDELIDAD





Ancestralmente la fidelidad no existía. Nuestros lejanos antepasados tenían conceptos que nada tenían que ver con la fidelidad, ni con la pareja. El principio que regía la buena marcha de la comunidad era: Un guerrero, diez mujeres = diez hijos; Diez guerreros, una mujer = un hijo. Y como el principio de número, mano de obra, caza y defensa, se hacía fundamental en la tribu, nada tenía de importante que un guerrero fuera polígamo por propia necesidad de la comunidad.

El hombre, como consecuencia, es polígamo por filogenética. Sólo la evolución de ciertas sociedades le ha obligado a ser monógamo, a convivir con una sola mujer desde el momento de la unión hasta que la muerte los separa. Los mandatos sociales y religiosos, han marcado la marcha de la unión entre un hombre y una mujer, en las culturas religiosas en las que se considera reprobable el adulterio.

¿Qué impulsa al hombre, a pesar de todo, a establecer una unión temporal con otra mujer diferente a la que le fue asignada en el momento de la unión? Tengo una teoría sobre este extremo. En general, para que un matrimonio permanezca fiel, en ambos miembros, y llegue hasta la consecución física de uno de los dos cuerpos, se necesita una mezcla ponderada de madurez y amor verdadero. Y yo creo que en ausencia de madurez, es muy posible que se llegue a saber, jamás, lo que es el amor verdadero.

Y cuando existe verdadero amor, cuando una persona es capaz de dar su vida por la persona amada, cuando uno desprecia su propia comodidad para regalársela a la pareja, cuando uno añora constantemente el contacto con su verdadera mitad, es imposible que se pueda cometer adulterio.

La atracción que uno siente por el sexo opuesto, viene dada por la necesidad subconsciente de encontrar en el placer sexual un sucedáneo del amor verdadero, cuando este no existe. El sexo sin amor está vacío de contenido. Se podrá sentir placer, pero nunca se podrá experimentar el vuelo sin motor del sexo por amor. Es más, las endorfinas que genera el amor verdadero son suficientes para equilibrar las hormonas que, de vez en cuando, impulsan, incluso a la mujer, a compensar su superávit, echando una canita al aire. Es más, la satisfacción del contacto de dos cuerpos que se aman, no necesita la culminación del orgasmo. El orgasmo no es imprescindible en la pareja verdadera, aunque sí conveniente.

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