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MI HERMANA MARÍA ELENA
Hemos viajado hoy a Madrid para recoger a Cristina, y, de paso, conocer su casa y a su compañera y casera Silvia, una galleguiña encantadora, que la cuida y la mima. Ambas se llevan muy bien a pesar de la diferencia de edad: Una, acaba de cumplir la veintena, y la otra pasa de los 35. El novio de Silvia es un tipo agradable y muy comunicativo, que dejó su actividad como ATS en un hospital, para ir a cuidar viejitos a un asilo. Loable condición para la que hay que estar muy preparado en amor y dedicación, cosas que no están al alcance de cualquiera. Nuestra satisfacción ha sido plena, incluso contando con que nos ha llovido durante todo el viaje de ida y más de la mitad del de vuelta.
María Elena; mi hermana María Elena; mi querida hermana menor, la única que tengo. A la otra se la llevó Dios a Su Seno, cuando contaba con pocos meses de vida, llena de Dawn y de amor por parte de toda la familia. Posiblemente era su experiencia y la nuestra. María Elena es ‘mi querida hermana María Elena’, la de siempre, la que perpetuamente está ahí, pase lo que pase. Tiene dos hijos encantadores, dos perros enormes, un gato persa entrado en años, y una casa preciosa en Majadahonda, que abre, como hacía su madre –y naturalmente la mía- de par en par, a todo el mundo. Te besa, te abraza, te mima y desea que vuelvas lo antes posible, después de agasajarte con platos exquisitos.
Fumadora empedernida. Eso sí, es una fumadora empedernida. Pero, al parecer, es su único vicio, así que se lo puede permitir, y nosotros también. Siempre ha fumado tabaco mentolado. Antes Pall Mall, ahora Marlboro. Que es tan mentolado, que, sólo con olerlo, ya te pica la nariz con ese olor fino como un estilete que tiene el mentol. Pero –están dispuesto a cebarse con los fumadores- al parece van a retirar del mercado todos los cigarros aromatizados a base de menta, vainilla, canela o sándalo, porque, aducen –ya no se puede ser más ignorante-, que estos pitillos, que son carísimos para el bolsillo medio de un estudiante, son la causa de que la juventud se ‘enganche’ al vicio. Pues, tú que puedes, –la he dicho yo- antes de que te dejen sin mentolados, cómprate 500 cartones. Se parte la taba, pero estoy seguro de que ha considerado la posibilidad. Si no 500, al menos 499…
Me ha dado la receta de las torrijas que hacía nuestra madre. ¡Ay!, el gusto de las cosas de la madre es muy difícil de imitar. Estoy seguro de que las hay mejores, mejor elaboradas y esmeradamente presentadas, pero como el gusto, en la memoria, de las de mamá, jamás de los jamases. Pero la ilustración de la receta os la voy a dar. Hoy, no…Mañana.
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