(El Mundo. Domingo 21 Marzo de 2010) La santísima Trinidad. Rafael J. Álvarez /Olga R. Sanmartín/Madrid.
… ¿Cuál es el secreto de la ministra, según la oposición? Güemes opina que, en vez de ahondar en las diferencias –que las ha habido-, “ha buscado construir”. “Yo le decía una cosa y ella se la creía, y ella me decía una cosa y yo me la creía, y es que me daba igual de qué partido fuera. Es buena persona, honesta y leal”…
Honesto: adj. Honrado, recto, probo. Razonable, justo. Decente, decoroso, recatado, pudoroso.
Honestidad.
El dardo en la palabra. Fernando Lázaro Carreter (Galaxia Gutemberg).
…entre las cualidades que se elogian en quienes administran, figura, muy en primer término, la honestidad. …para ser ministro o presidente de un banco, por ejemplo, se prefiere a los castos…, que un entrenador de futbol ha dado pruebas de ser muy honesto en todos los clubes que lo han contratado.
Ahora se califica de honestos, a quién antes se calificaba de honrados…Antes se tenía muy claro que la honradez habitaba en el norte y la honestidad al sur del ecuador corporal.
He aquí, con cuanta precisión definían los académicos dieciochescos el primer concepto, honradez: “Aquel género de pundonor que obliga al hombre de bien a obrar siempre conforme a sus obligaciones, y cumplir la palabra en todo”. Y el segundo, honestidad: “Moderación y pureza contraria al pecado de la lujuria”.
Se acabó la distinción, y la honradez ha sido prácticamente jubilada: la otra ha invadido casi por completo su territorio semántico, conquistado en un lento proceso de conflictos que requeriría larga explicación; tras ellos, tales vocablos llegaron al deslinde definido por el Diccionario de Autoridades, que ahora se desvanece con la omnímoda vigencia de la honestidad, los conflictos se refieren, claro es, al hecho de que lo honrado se ha sentido secularmente anejo a lo honesto de la mujer: no podía ser honrada si no aniquilaba hasta la más pequeña concupiscencia. Como decía Villegas, “los pasos, Cleobulina,/ de una mujer honrada,/ son, de su casa al templo, /son, del templo a su casa”. Sobre tales pasos fundaban su honra el marido y demás parientes varones. Los cuales, no precisaban de la castidad rigurosa para poseerla.
La honestidad era una virtud casi terminantemente femenina en toda Europa. Así, en Francia, donde, junto al significado de ‘probo o íntegro’, que posee honnêtte, igual para hombres que para mujeres, se desarrolló una acepción desde el siglo XV sólo aplicable a la castidad de estas últimas: “Una mujer honesta es un tesoro escondido”, sentencia una máxima de Rochefoucauld. Pero, aclara Le Robert, con la evolución de las costumbres sexuales la palabra tiende a envejecer, y se ha aplicado a mujeres que, teniendo relaciones extraconyugales, salvan las apariencias. Por antífrasis irónica, les honnêtes filles pueden ser las prostitutas.
El caso es que ni el francés ni el italiano establecieron tan enérgica diferencia entre honrado y honesto como nuestra lengua, quizá por el prurito de la honra que caracterizó a los españoles antiguos, tan quisquillosos e inciviles. De hecho, la situación en estos idiomas y en portugués viene siendo la misma, que ahora se impone entre nosotros: en honestidad confluyen las acepciones de ‘castidad’ e ‘integridad’, con claro predominio de ésta por la devaluación social de aquélla. Y como el inglés registra idéntico fenómeno, en el plenario influjo de éste hay que buscar la causa de la confusión ya triunfante entre conceptos que, hasta hace no mucho, se distinguían bien. De hecho, cuando yo oigo elogiar la honestidad de alguien, hombre o mujer, mi primer impulso me lleva a imaginar con cuánto recato procede en pensamiento, palabra y obra. Me cuesta caer en que, simplemente, no roba, no prevarica, no miente y otras cosas así.
He querido copiar literalmente el artículo, casi al completo, porque no tiene ni un solo reproche en su exposición ni en su literatura. Imposible y criminal mancillarlo.
Aclarada la neta distinción entre ambos vocablos, que, sin embrago, se ha refundido en uno indistinto para ambas acepciones, emito mi opinión al respecto. La cosa radica en la poca importancia que, premeditadamente, se le ha querido conceder a la castidad femenina, rara avis por otra parte. Y casi mal vista entre tanta revista, tanto escrita como televisada, referente a los devaneos de unas con los otros y de unos con los de más allá, que de todo hay en la viña del Señor. Hoy en día la castidad no es una virtud, ni se rasgaría nadie las vestiduras por su pérdida, ni por su tacha. Simplemente es un pequeño vicio de andar por casa, como puede ser morderse las uñas. Hasta el punto de que va a haber que barrer del diccionario las palabras cornudo y cabrón, por: “En todas partes cuecen habas, y en tu casa, a calderadas”.
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