domingo, 14 de marzo de 2010

LA INCONTINENCIA VERBAL

En uno de los muchos cursos sobre ciencia chamánica a los que he asistido, impartido por mi chamán de cabecera Agustín Delgado; uno de los primeros por otra parte; nos ‘obligaba’ a que hiciéramos ejercicios de no crítica, los lunes, miércoles y viernes. No autorreflexión los martes, jueves y sábado. El domingo nos dejaba que nos relajásemos de los esfuerzos producidos durante toda la semana.

Porque, cuando no criticas nada, ni a nadie; cuando no hablas de ti mismo ¿de qué puedes hablar? Te quedas sin argumentos. El coco no te da para más. O criticas a troche y moche y hablas de ti mismo, o te quedas mudo por una larga temporada, hasta que te acostumbras a hablar con la verdad, con la sabiduría y con la paz. Dejando a un lado estos dos aspecto de las conversaciones cotidianas, el resto transcurre entre contar desgracias, enfermedades propias o ajenas y arremeter contra el jefe de negociado y contra el gobierno.

Antes la gente culpaba a los curas de todas las desgracias, ahora han perdido poder y el vulgo ya no se mete con la Iglesia.



No critiques, no juzgues –que viene a ser la misma cosa-, no hables de ti, no cuentes desgracias, ni enfermedades, y no sabrás de qué hablar. Y en estos casos, si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, cállate. ¡Qué manía de tener que hablar de cualquier cosa, y siempre! Hay gente, que, como aquella pelma del cuento, no se calla ni debajo del agua. Y el caso es que la anécdota transcurre en un pueblo con un río caudaloso, en la época en la que las mozas iban allí a lavar la ropa frotándola en tablas de lavar de madera, de metal, o golpeando las prendas contra las piedras de la orilla. Una de aquellas aldeanas tenía la




manía, muy estudiada, de dar por el ojete a las demás con cualquier comentario que les pudiera fastidiar. Y, además era muy insistente, como las moscas de Septiembre de pesada. Los piojos era una plaga consabida, pero bastante vergonzante. El que padecía los pedículus cápitis peinaba su pelo con una lendrera, que era un peine cuadrado con púas en ambos lados, y tan juntas y espesas que no permitían escaparse a los huevos de los piojos, que se denominaban liendres y que luego morían aplastados entre las uñas de los dedos pulgares. La mosca –como llamaban cariñosamente a La Paquina-, cuando tenía la ocasión no soltaba ni con agua caliente, la muy puñetera, y se recreaba en el insulto o en el remedo hasta la extenuación. En aquellos días fue a una finca cercana La Gervasia, la hija de La Morrera. Y allí se la subieron encima un montón de piojos picajosos y asquerosos hasta la saciedad. La pobre ‘Gervi’ no hacía más que rascarse (en el pueblo arrascarse) con fruicción, pero ni por esas se le pasaban los ardores y el prurito que la proporcionaba la pediculosis. En cuanto la vio la ‘Paqui’, no la faltó ni un instante para empezar a meterse con ella llamándola piojosa, piojosa, piojosa. Y no paraba ni de noche ni de día. Allá donde la veía: piojosa, piojosa, piojosa. La pobre y paciente Gervi, tenía un límite, y un día en el río, harta hasta el último piojo de su cabeza de los insultos y las mofas de la ‘mosca’, la tiró al agua. Pero no sabía nadar, así que se hundió. Pero para no callar ni debajo del agua, extendió los dos brazos para sacar las manos, juntó las uñas de los dedos pulgares de ambas manos y empezó a hacer el gesto de aplastar las liendres.



¡Qué verborrea insistente e inmisericorde! Hay gente que, como decía mi ex cuñado “Tiene incontinencia verbal”. Y, al igual que hay gente a quien se le escapa la orina, a otros se les escapa la palabra o la frase hecha y manida.

“No juzgues, no compares y espera para entender un poco más tarde” (Astar Sheran).

1 comentario:

  1. Sobre todo porque hay gente contaminante que sólo sabe despotricar y transmitir sus frustraciones y mal humor al resto de la gente. Lo único bueno es que son sólo eso: palabras. Lo malo son las intenciones que hay detrás de ellas, pero sabiendo que vienen de una mente poco sana, podemos seguir viviendo tranquilos.

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