jueves, 1 de abril de 2010

AFORISMOS DE MARAÑÓN

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AFORISMOS DE MARAÑÓN

A veces, en la radio se oyen cosas dignas de ser recordadas. Y aparecen en programas que no tienen nada que ver con la literatura, ni con las letras. Fue en un espacio deportivo, hablando de un personaje, entrenador de futbol, que, al parecer, destaca por su intelecto y sabiduría. Cantaban sus excelencias y verbalizaban una frase suya, que hoy leo en un aforismo de Don Gregorio Marañón. La frase de Juan Manuel Lillo, decía: “Los hombres son lo que hacen, no lo que dicen” Pienso que puede estar inspirada en un aforismo de Don Gregorio que dice: “A los hombres, mientras viven, se les juzga por el gesto y no por la conducta. A veces se tarda siglos en juzgarles bien” Ambas parece distintas, pero son sustancialmente iguales en el contenido.





A los hombres se les juzga por lo que dicen, no por lo que hacen. Y eso, la mayoría de las veces es engañoso. Jesús de Nazaret, hablando de sus discípulos, en la época en la que estos salieron al mundo a predicar el Evangelio, se refirió a ellos diciendo “Por sus hechos los conoceréis”. Podría haber dicho, “por sus dichos los conoceréis”, pero, no, dijo precisamente: “Por sus hechos” Es decir, por lo que hacen y cómo lo hacen.

El bla, bla, bla, ya se sabe, es fácil de articular, pero muy difícil de cumplir o de reproducir. Y a las palabras se las lleva el viento. Lo complicado estriba en pasar a la acción, en cumplir y ser coherente con lo que se dice. Si no, todo el parlamento carece de sentido, se desmorona, defrauda. Y como los humanos somos tan proclives a crearnos expectativas, nos sentimos engañados, timados y vilipendiados si los demás no cumplen sus contratos, sus promesas, o no hacen lo que dicen. “Haz lo que digo, no lo que hago”, fue el aforismo de René Descartes, personaje humano y sabio, pero incapaz de pasar su sabiduría a los hechos.

¿Y, por qué lo que yo digo no va en consonancia con lo que hago? Porque hacer ciertas cosas como: amar, ofrecer, agasajar, lisonjear, obsequiar, abrazar, besar, mirar con dulzura, ser honrado, honesto y ejercer la hombría de bien, o la femineidad a ultranza, son harto difíciles en el mundo competitivo y posesivo de hoy en día. Nos apoyamos en nuestro discurso, y, naturalmente, es un discurso del que, sin conocernos, se puede deducir la clase de individuos que somos; nuestro nivel de bondad. Mentira y gorda. El palabrerío, en un 99% de las ocasiones, no tiene nada que ver con las verdaderas intenciones. Sólo lo utilizamos para vender, como mercadería o mercadotecnia; lo exhibimos como en un escaparate. Luego, al tocar y usar el producto, nos damos cuenta de la baja calidad de los materiales, nada que ver con las especificaciones de la propaganda.

¡Qué bueno acostarse en la cama, después de las fatigas del día, y estirar las piernas, una aquí y la otra allá, satisfechos con el deber y con la obra bien hecha! Y, sobre todo, con la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. ¡Que así sea!

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