domingo, 2 de enero de 2011

CONTINUACIÓN DE LAS PROPUESTAS PARA UN NUEVO AÑO.

¿Por qué me enfado con la gente porque no opinan igual que yo, porque no me dicen lo que yo quiero oír, o porque no me consideran como yo me creo que merezco? Es un vicio muy humano pretender que la gente diga, haga o piense lo que yo quiero. Lo contrario me hace sufrir y me duele. Es la primera causa del dolor en el mundo, según la ciencia chamánica.

En mis propuestas para el año nuevo declaraba la necesidad de arreglar las diferencias con todo el que tengamos algún pleito. Decía que bastaba con pensarlo, ya que dirigirte a la persona interesada puede ser incluso una gran sorpresa para ella, porque la mayoría de la gente es tan inconsciente que no piensa que hiere al prójimo con su proceder. Habitualmente lo que queremos es que nos escuche, que se convenza de que son culpables, que nos ha amargado la vida y que rectifiquen su conducta, y, a poder ser que sufran las consecuencias. Esto no es viable. Cada cual es de su padre y de su madre y las diferencias de criterio son tan absurdas que muchas veces sólo se justifican por la manía de tener razón y por el estúpido instinto de posesión. Por eso no es práctica la confrontación con otra persona si no es con unas bases previas de relación. 1.- Ahora voy a hablar yo. Te ruego que no me contestes. Búscate, si quieres, otro día para responderme una vez que hayas sedimentado y dormido suficientemente mi parlamento. 2.- Te ruego que no me interrumpas. Este espacio debes considerarlo como exclusivamente mío. En correspondencia, cuando tú me respondas, otro día, yo permaneceré a la escucha con mis cinco sentidos. 3.- Una vez que me hayas escuchado, ya no tienes la obligación de responderme. Y con tu actitud darás muestras de tu decisión.




Esta propuesta funciona a las mil maravillas, pero está muy bloqueada por el orgullo de cada uno y sus ansias de defenderse de lo que todo el mundo supone un ataque. Porque, normalmente, cuando alguien nos recrimina nuestra conducta, dejamos de escuchar para maquinar una respuesta que desarme los argumentos del contrario y nos justifique, para salir airosos del trance. Siempre lo mismo: «…Pues, anda que tú…», «…Y tú, más…». El caso es responder al supuesto ataque con una defensa a ultranza y una estúpida justificación absolutamente pueril e innecesaria.

La base de toda la argumentación es la pretensión de ser el caudillo en cada uno de los círculos que utilizamos para vivir. Estar seguros de nuestra verdad e intentar convencer a los demás de ella. En una palabra, buscar aliados, cómplices y prosélitos, en vez de amigos incondicionales.

Una vez que comprendo que los demás pueden hacer, decir o pensar lo que quieran, y que yo no tengo derecho a exigirles un comportamiento acorde con mis deseos y mi manera de vivir, todo se calma, se sedimenta y ya no juzgamos al prójimo porque piense, diga o haga algo que va en contra de nuestras convicciones.




En lo más íntimo de nuestro ser nos proponemos olvidar rencillas y aquellos actos que nos han herido alguna vez, y considerar que todo el mundo está asustado y elabora mecanismos de defensa ante unas actitudes que la mayoría de las veces no son de ataque, sino de intimidación y marcaje del territorio. No en vano seguimos siendo animales.

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