miércoles, 5 de enero de 2011

LA ORQUESTA DE LA NACIÓN

Había una orquesta en una ciudad, cuyo director falleció dejando vacante su plaza. Al cabo de pocos días se presentaron al puesto varios candidatos engolosinados por el salario, por los viajes y por la promoción que eso suponía en su carrera. Uno de ellos, que además de ser director de orquesta era muy avispado, empezó a hacer campaña entre los músicos. Se asesoró de quienes eran los más conflictivos, o de quiénes tenían algún borrón en su cuaderno, y, uno por uno, les fue hablando y prometiendo prebendas de todo tipo como pago de su apoyo.




La batalla fue dura y los candidatos lucharon hasta la extenuación queriendo demostrar sus habilidades y sabiduría musical. Zaspatahiev era el nombre del avispado candidato que había comprado voluntades a cambio de favores posteriores. No era el mejor pero sí el más mentiroso de todos. Y vio recompensada su felonía con el triunfo final. Había conseguido la plaza después de una dura oposición apoyada por los miembros de la orquesta, que poseían un voto de calidad en la elección.

En su presentación no hizo, por supuesto, alusión a los miembros de la orquesta que le brindaron su apoyo, pero sí agradeció el de todos los músicos que la componían con elogios desmedidos que dejaban al descubierto alguna de sus habilidades dialécticas. En el primer ensayo todos se afanaron por aportar su pericia en cada uno de los instrumentos y todo sonó perfectamente. La sinfonía para piano nº 2 de Rachmaninoff enterneció a los visitantes que asistían asiduamente a los ensayos de la orquesta. Parecía que la cosa iba sobre patines hasta que ocurrió un hecho que empezó a complicar la buena marcha de los acontecimientos. El primer violín, una mujer atractiva, que además era concertino de la orquesta (De forma más general, el concertino es el instrumento o grupo de instrumentos solistas, por contraposición con el ripieno, que es el conjunto de instrumentos que sirven de acompañamiento y base para el concierto), a cambio de su apoyo, le plateó una reivindicación consistente en el cambio de puesto en el organigrama del conjunto. Hasta entonces se sentaba al lado de una rumana que disputaba con ella su puesto de concertino, a la que odiaba como sólo puede aborrecer una mujer a otra en su lucha por un hombre, un puesto de trabajo o los favores de un superior. El director accedió obligadamente a cambiar de silla a la concertino. Todo perfecto hasta entonces. Pero las cosas ruedan como quieren y no como nosotros deseamos, y las parejas de ambas –contrabajo y fagot respectivamente– también le exigieron el cambio de sitio en pago a su apoyo. Esto empezó a crear malestar entre los profesores que siempre habían estado al lado de los que, de una manera sorprendente y poco usual habían cambiado de sitio, creyendo que la cosa les concernía. Otro fagot, homoxesual vergonzante, enamorado de su compañero en silencio, interpretó la maniobra de este como un rechazo, languideció y se vio obligado a dejar su puesto por razones físicas.


Rachel Barton Pine

El percusionista, pieza fundamental de la orquesta, viendo la facilidad con que la gente conseguía prebendas que no habían logrado desde hacía tiempo, obligó al director a que le concediera un permiso de fin de semana para ir a ver a su novio a París. Como quiera que ese preciso fin de semana tenían contratos para tocar fuera de su ciudad, hubo que fichar urgentemente a un percusionista sin experiencia que metió la pata. En medio de la 6ª Sinfonía de Tchaikovsky, Patética, entró con un platillazo antes de tiempo y de una obra que tenían estudiada, hizo un esperpento criticado al día siguiente en todos los medios de comunicación.

Tres profesores, un violín, un contrabajo y un chelo, consiguieron, sabiendo que era incompatible, que se les permitiera formar una orquestina de cámara para dar sesiones esporádicas. Esto ocasionó un cisma interno porque todo el mundo quiso agruparse en orquestinas para aumentar su salario.

Como las cosas empiezan, pero no se sabe nunca cuándo acabarán, un grupo de músicos bajo la tutela de uno de los demandantes de pago por los servicios prestados, plantearon al director una subida de salarios, una reducción del número de los ensayos y dietas por las salidas fuera de la provincia. Ante la amenaza de huelga, el director felón no tuvo más remedio que ceder. Y desde entonces, la música ya no era la de antaño, la seguridad no era similar y la sonoridad dejaba mucho que desear. Los contratos ya no aparecían tan frecuentemente como antes y tuvieron una llamada de advertencia por parte del organismo oficial que gestionaba la sinfónica.

Las cosas llegaron a tal extremo, que ya no se exigía la excelencia para cubrir las plazas y las ocupaba cualquiera que tuviera la carrera con cualquier calificación y sin currículum. Y durante los exámenes se permitían fallos tremendos por imperativo de los profesores que aprovecharon este vacío legal para introducir en la orquesta, de rondón, a sus parientes y amigos.

Los asiduos oyentes de aquella sinfónica dejaron de acudir a los conciertos programados, y cuando dejaron de llegar peticiones de intervenciones fuera de la ciudad, el organismo que gestionaba la agrupación, tuvo que cancelarla.

Las orquestas tienen que tener una disciplina férrea, unos estatutos cerrados, unos métodos estrictos para cubrir plazas y no pueden consentir la disidencia de las minorías ni las reivindicaciones individuales. Todos los miembros saben y reconocen que estas medidas son fundamentales para que todos vivan ejerciendo su profesión dignamente. Para que una orquesta suene bien no tiene que haber minorías reivindicativas, ni disidentes, ni prebendas. Todos tienen que aportar el cien por cien de su capacidad para que todo sea perfecto. Solamente así puede el espectador llorar con la Patética o exaltarse con la 1812. De lo contrario, todo suena a lata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...