jueves, 24 de marzo de 2011

EL ISLAM (2º PARTE) Las múltiples ramas del Islam.




Las múltiples ramas del islam.


El 8 de Julio del 632, la misma noche en la que murió el Profeta, a quien su mujer Aisha “la amada”, aún lloraba, se enfrentaron entre sí tres partidos. El de la gente de Medina, el integrado por los amigos del Profeta, y el de su heredero más próximo, su yerno y primo Alí. Este último se buscó inmediatamente un nombre: “partidarios” a secas, del árabe shiia. Años más tarde otro partido se segregó porque Alí les parecía demasiado débil para dirigir la comunidad de creyentes. Se autodenominaron “kariyitas”. Más tarde, uno de ellos apuñaló a Alí, y su hijo Husayn fue salvajemente asesinado en el transcurso de una batalla entre partidos rivales.

¡Por primera vez, unos musulmanes mataban al nieto del mismísimo Profeta!. A raíz de estos hechos, los musulmanes se dividieron en dos ramas irreconciliables, la de la tradición del Profeta, la sunna, que nombraba a su jefe con el consenso unánime de la comunidad, y la del heredero legítimo asesinado, el partido al-shiia. Posteriormente, los de la sunna, se convirtieron en los “sunníes”, y los del partido en los “chiítas”.




Los califas sunníes, pidieron a los sabios que fijaran las reglas del islam, dando prioridad a la paz y la solidaridad entre creyentes. El sinnismo se volvió ampliamente mayoritario en el mundo musulmán. Pero el cisma sangriento había dividido al islam en dos partes: los sunnies, para quienes Husayn no era sino un caudillo muerto en la guerra; y los chiítas, para quienes el heredero legítimo del Profeta, se había convertido en un protomártir. Los chiítas celebraban todos los años su cruel martirio, reviviendo sus llagas y sus heridas en impresionantes procesiones. Para derramar sangre como Husayn masacrado, se flagelaban, y, a veces se sajaban las carnes; sobre todo en los países cuya miseria suscita fervores extremos que permiten, al expresar el sufrimiento, expulsarlo de sí durante algún tiempo. Pero la historia de los chiítas no se acaba con el martirio y pasión de Husayn. Al principio tenían sus imanes, sus jefes. Más tarde, de la rama chiíta original, salieron varias ramas secundarias, brotadas todas ellas en los difíciles tiempos de la muerte de los imanes que, indefectiblemente, planteaban siempre la temida pregunta: ¿Cuál era el verdadero descendiente del Profeta? Algunos, tras el fallecimiento del séptimo imán, decidieron, en contra de los demás, apoyar a un imán llamado Ismail, que murió antes de ser padre ¿Qué harían con la sucesión? Ante semejante situación, los “ismailíes” decidieron que Ismail no había muerto y que volvería algún día. Una especie de Mesías del que los ismailíes esperaban con fervor la Gran Resurrección.

Un buen día del año 1090, en un lugar situado hoy en Irán, fue proclamado solemnemente por el imán Hasán, en pleno ayuno del Ramadán. La escena fue sorprendente. En la plaza mayor de la fortaleza de Alamut, el imán Hasán mandó construir un estrado que daba la espalda a La Meca, y se dirigió a las poblaciones de los mundos: yinns, hombres y ángeles, para anunciarles la existencia del “Resurrector” encarnado en su persona. Ordenó interrumpir el ayuno y celebrar una fiesta, transgrediendo dos veces los pilares del islam: La primera, colocando el estrado de espaldas a La Meca; la segunda, interrumpiendo el Ramadán. El imán Hasán, se había convertido en maestro de la verdad; el único responsable de la trasmisión de la doctrina.

Entonces, los ismailíes se disociaron radicalmente de la rama principal. Occidente los conoció con el nombre de “asesinos” porque, durante un episodio tomentoso de su larga historia, una secta surgida de la resurrección de Alamut, había elevado el terrorismo al rango de ‘acto sagrado’. Se ha dicho que estos “asesinos” actuaban bajo la influencia psíquica de alucinógenos como el hahish o hachís. Y que su nombre venía de los efectos de las sustancias euforizantes. Pero, según otras opiniones, la palabra “asesino”, podría venir de la palabra árabe hashishi, que significa “sectario”.

La violencia colectiva de los ismailíes se explicaba por la inminencia de la Resurrección. Esos nuevos musulmanes se comportaban como fieles impelidos por la prisa de actuar; la urgencia de un mundo por conquistar. Su doctrina contenía una parte pública, basada en una historia cíclica dividida en siete eras, cada una de ellas anunciada por un profeta, el natiq, encarnada en un “hombre fundamental” y en un imán, maestro de la verdad oculta. La otra parte de su doctrina era secreta; constituía el sentido secreto del Corán, que, en el Último Día, sería revelado. Pero que los iniciados podrían desvelar en vida. Después de mil peripecias, los ismailíes se refugiaron en Bombay, India, en el siglo XIX, bajo la autoridad de su jefe el Aga Kan.




Otros que se inventaron un profeta de cosecha propia, fueron los chiítas cuando se enfrentaron a un intrincado problema de genealogía. El decimoprimer imán había muerto sin descendencia ¿Quién sería el sucesor? Los chiítas esperaron a su decimosegundo imán. Lo que ocurría es que estaba oculto a los ojos de los hombres. A veces circulaba anónimamente entre ellos, pero nadie conocía su fisonomía. Algún día volvería a mostrarse con su rostro al descubierto.

Aparte, la secta de los drusos esperaba el regreso del imán al-Darazi, extraño personaje que desapareció un buen día de su palacio. Los drusos tenían su propio libro, las Cartas de la Sabiduría, también llamadas Epístolas de los Hermanos de Pureza. Sus costumbres seguían siendo rigurosamente secretas. Pero los chiítas no tenían, ni la impaciencia activista de los ismailíes, ni la afición por el oscurantismo de los drusos.

Partiendo de la larga ausencia del decimosegundo imán de los chiítas, se desarrolló su teoría basada en el Dios único, la revelación de Mahoma y la legitimidad de los descendientes de Alí, yerno y primo del Profeta, en quien el decimosegundo imán reencarnará algún día. Debido al número doce, a veces reciben el nombre de “duodecimanos”. Su fe es más radical que la de los suníes, y sus esperanzas más vagas. Para guiar a la humanidad por la vía de la salvación, los chiítas creen en la existencia de los santos imanes de corazón puro, jefes religiosos supremos, siempre descendientes lejanos del mártir Husayn. La obediencia a los imanes es una obligación sagrada.

En Irán, la espera del decimosegundo imán suscitó una esperanza de igualdad revolucionaria que desembocó, en 1979, en la Revolución islámica, cuando el ayatollah Jomeini regresó en avión y, ante el desprecio de la teología chiíta, la multitud de Teherán se puso a gritar: “¡El imán ha vuelto!”.

Los suníes respetan, por una parte la integridad del Corán, y por otra la tradición de los hadit. El Corán contiene, efectivamente, la sharia, la ley coránica. Pero la integridad del Corán es un asunto de importancia, ya que no tienen ningún papa infalible que decida las aplicaciones prácticas.

En el islam del siglo XX, existían dos corrientes que en nada tenían que ver con los cismas anteriores. La primera quería aplicar el Corán al pie de la letra, fuera como fuera, y respetar la sharia hasta en sus mínimos detalles. Los partidarios de esa política religiosa, habían pasado de la integridad del Corán, al integrismo, Al “todo o nada”. Por otra parte, la segunda corriente llamada “reformista”, afirmaba que el Profeta había sido capaz de adaptar su mensaje a la sociedad de la época, por tanto nada impedía que se modernizara el Corán para ajustarlo a los tiempos actuales. No se hacen oír porque no ponen bombas y se limitan a publicar sus libros. Hay quien opina que habría que escucharlos, porque tratan de poner fin a las divisiones entre musulmanes. A menudo tienen dificultades con los integristas. Para éstos nada es más peligroso que la modernización del Corán.



Por último, existe una rama del islam, tan antigua como el Corán y que ha atravesado la historia de la religión musulmana sin provocar ningún cisma. Esos musulmanes vivían por el amor de Alá, de Él solo. A sus ojos todas las religiones amaban a Dios, por eso, la última rama era la de la tolerancia. Los creyentes de ese islam no convertían a los infieles a la fuerza, ni mediante sermones ni homilías. No esperaban a ningún imán, no hablaban de resurrección. Sencillamente aprenden a encontrar el amor divino en directo. La última rama del islam es, efectivamente, el sufismo. Pero como toleran que cada cual sea libre de expresar a su manera su amor hacia Dios, adoptan formas muy diversas. En la India se oye el canto de los kawwali. En Turquía han encontrado otras dos formas de comunicación con Dios, la danza y el alarido sagrado. Los sufíes del mundo entero sólo tienen en común el amor de Dios, la tolerancia y el dhikr, la recitación incesante del nombre de Dios. Otra forma de amar a Dios es la danza de los derviches, que dan vueltas y vueltas para amar a Dios. Puro amor, igualdad y justicia. Desde tiempos remotos han existido mujeres sufíes. Es verdad que algunas órdenes sufíes no inician a mujeres, pero otras muchas sí lo hacen.

(Continuará)



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