lunes, 21 de marzo de 2011

LAS ADICCIONES





Adicción es el hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos. En otra acepción es la dependencia del organismo de alguna sustancia o droga a la que se ha habituado. Por último se trata de una dependencia física o psíquica a una sustancia, particularmente al alcohol, al tabaco o a las drogas, o a ciertas actividades como el juego.

Entre todas estas acepciones no se especifica que la adicción no solamente se concreta, como en estas tres, a las drogas, al alcohol o ciertos juegos. Puede haber adicciones a muchas otras cosas. En realidad a todo aquello que un ser humano interprete como imprescindible para el desenvolvimiento de sus actividades y lo reproduzca por sistema, sin ningún motivo plausible para ello.

Cuando el hombre siente alguna deficiencia de lo que él cree que debe de ser un estado pleno, intenta compensar la carencia o la disminución con otra actividad que le produzca placer físico o psíquico. Casi todas las manías y las compulsiones tienen ese o parecido mecanismo de puesta en marcha. Cuando un ser humano sufre una frustración, o lo que él interpreta como frustración, inmediatamente busca una compensación que le mejore la sensación de ansiedad que le está produciendo la insatisfacción, del revés, o de la pérdida. He conocido a muchos adolescentes que cuando son regañados por una persona mayor, o, peor, cuando son castigados o zarandeados físicamente, buscan a un hermano menor o a un amigo más débil para verter en él su ira pegándole o insultándole sin motivo. Conozco, así mismo, casos de adolescentes que cuando son regañados o agredidos, compensan su frustración masturbándose. Si todos estos mecanismos de compensación se repiten en el tiempo, dan origen a las adicciones a la violencia o al sexo.

Pero, como ya he dicho en otro comentario, está bien no estar bien. Imaginamos en nuestro pensamiento lo que debe de ser un estado de felicidad o satisfacción plena, y si no lo podemos alcanzar por nuestros propios medios, recurrimos a la compensación que creemos que nos produce la adicción. Pero en realidad no existe la tal compensación, porque, inmediatamente de pasar el efecto de la agresión o de la compulsión sexual con uno mismo o con otras personas, vuelve la insatisfacción que obliga a reiterar los actos.

En realidad no hay ninguna necesidad de alcanzar un estado de gracia, tal, que nos proporcione la ansiada felicidad, la iluminación o el nirvana. Eso sólo está en nuestra mente como un mecanismo creado por nuestro ego, que se siente inseguro si no alcanza cotas determinadas de satisfacción. Colocamos la pretendida satisfacción en un orden equivocado, y, además, eliminamos las fuentes de placer que también tenemos a nuestro alcance a montones, reduciendo nuestro placer compensatorio al objeto de nuestra adicción. En este caso incluyendo, alcohol, drogas, tabaco, sexo o violencia.




Existen muchas fuentes de placer que puede que no hayamos explorado por falta de interés a por la cerrazón de nuestra mente a lo más alto de nuestra escala de valores. Creemos que lo máximo es lo que en nuestra mente está colocado en primero o segundo lugar, y a eso nos dedicamos fervientemente. No comprendemos entonces que del tercero para abajo hay acciones que pueden, experimentadas en plenitud, producir tanto placer como las drogas, el alcohol o el tabaco. De esto se habla hasta la saciedad en los libros de auto ayuda, pero quizá no se especifica convenientemente cuáles son esas fuentes de placer, que pasadas y realizadas a nivel consciente, nos llenan el alma de gozo. En vez de reproducir un estado de bienestar recurriendo siempre a la misma adicción, se puede cambiar por cosas simples como la música, la lectura, la contemplación de una obra de arte, de una película, la realización de un deporte, la charla distendida con un amigo, la ayuda a un necesitado, el regalo a un familiar, el abrazo sincero…

Propongo dejar pasar el momento de calentura ocupando la mente en una actividad de nuestro agrado y que nos enfrasque absolutamente en su realización. Lo malo es que inmediatamente después de empezar con cualquier actividad al margen del vicio que nos domina –que no es ni más ni menos que la adicción– sentimos el aguijón de la necesidad de reproducir la adicción en cualquiera de sus formas. Entonces hay que pasar a nivel consciente la actividad que nos proponemos llevar a cabo, sin pensar en ninguna otra cosa. Es decir, vivir el momento plenamente; hacer con los cinco sentidos aquello que nos proponemos y no dejarlo hasta que quede absolutamente acabado.

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