viernes, 25 de marzo de 2011

EL ISLAM (3ª PARTE) PEREGRINACIÓN A LA MECA.



La peregrinación a la Meca
 
La peregrinación sólo es obligatoria una vez en la vida, porque el mismo Profeta sólo la vivió dos veces. Sobre este punto se muestra moderado, como de costumbre. Alguien le preguntó: “¿Hay que hacer la peregrinación todos los años?”. El Profeta no respondió. El hombre volvió a formular su pregunta tres veces seguidas. Por fin, el Profeta habló: “Si te digo que sí, se volverá ley y no podréis hacerlo”. Por eso sólo los creyentes que tuvieran medios económicos, tendrían la obligación de acudir a la Meca todos los años.

Las mujeres casadas con un cristiano o de cualquier otra religión no podían ir a La Meca, y se debatía si una mujer podía ir sola, sin el acompañamiento de algún pariente. Ninguna mujer podía estar segura de poder entrar en el territorio sagrado de La Meca, celosamente guardado por los soberanos.

La peregrinación es regulada como una partitura y, para llevarla a cabo, basta con ceñirse a los cuatro pilares que la sustentan.

El pilar del primer día se llama “sacralización”, el ihram. Se trata del acto inicial, el verdadero punto de partida. El futuro peregrino ya ha llegado a Arabia Saudí. Allí, en los lugares estrictamente establecidos por el Profeta según la procedencia de los fieles, es donde se declara solemnemente la intención de peregrinar. Entonces, en señal de igualdad entre los peregrinos, se cambian de ropa poniéndose dos sencillas piezas de tela blanca, una ceñida alrededor de las caderas, y la otra colocada sobre los hombros, las mismas para todo el mundo. Rezan, luego se cortan las uñas y se perfuman, ya que todas estas operaciones están prohibidas después de la sacralización.



Antiguamente, largas caravanas cruzaban el desierto desde lejanos lugares, y los musulmanes de Gansu, en China, tardaban hasta tres años en llegar a La Meca. Hoy, el número de peregrinos se eleva casi a los dos millones de fieles durante el mes sagrado que se designa para la peregrinación anual, el mes de du-l-higga: ‘el de la peregrinación’, duodécimo del calendario musulmán. También existen peregrinaciones menores que pueden hacerse en otros momentos.

Para cualquier peregrino que llega al aeropuerto de Djeddah (Arabia Saudita), es una sorpresa contemplar el panorama de la ciudad de La Meca, llena de edificios y de alminares que surgen de la tierra entre las montañas desérticas. Ya no conserva nada de la ciudad primitiva. En la llanura se ven miles de tiendas de campaña de lona blanca, ocupadas por miles de peregrinos, sin contar con los hoteles y albergues. La afluencia es tal, que el gobierno de Arabia Saudí, que asume ese deber sagrado, se enfrenta a los peligros de una multitud, cada vez más numerosa y compacta, que, a veces, ocasionan peligros con resultado de muertes.

El segundo día el peregrino que ha llegado, puede ir a Arafat, que significa en árabe “conocimiento”. Allí es donde se reencontraron Adán y Eva después de su expulsión del Paraíso, porque Adán había sido arrojado sobre la India y Eva sobre el Yemen. En recuerdo de este reencuentro sus descendientes tienen que volverse hacia su Creador para pedirle perdón, auxilio y ayuda para el futuro. Ese es el sentido del segundo pilar de la peregrinación a La Meca. Lo maravilloso es que los hadiys del mundo entero, se reúnen en el lugar del reencuentro de los antepasados de la humanidad. Arafat es una especie de Babel donde se hablan todas las lenguas.


Monte Arafat

El tercer día, por la mañana, se sale hacia Muzdalifa donde deben recoger setenta piedras. En Mina, no muy lejos de La Meca, el creyente tiene que lapidar los shaytan, tres pilares redondeados de mampostería, que simbolizan a Iblis, el Satán. Y debe hacerlo siete veces seguidas. Allí es donde Adán expulsó a Iblis a pedradas. El mismo día, muchos peregrinos sacrifican un carnero, se afeitan la cabeza y dejan de estar en estado de sacralización. Sólo entonces se dirigen a La Meca para hacer siete veces el Tawaf, la vuelta a la Kaaba, donde está empotrada la piedra negra, que es la representación de la mano derecha de Dios en la tierra.




La Kaaba es una elevada construcción cubierta con una colgadura negra bordada en oro. Pero la piedra negra sólo mide treinta centímetros de diámetro, tres simples trozos de roca de reflejos rojizos. Lanzada por el arcángel Gabriel, la Piedra fue recogida por el profeta Ibrahim (Abraham) y su hijo Ismail (Ismael) cuando estaban construyendo la Kaaba. No se adora la piedra negra, ni se postra uno ante ella, eso constituiría un acto de idolatría. Se da vueltas alrededor de ella en sentido contrario a las agujas del reloj, recitando oraciones. Los peregrinos besan la piedra y ponen su mano sobre la mano derecha de Dios en señal de compromiso definitivo. Así es como llevan a cabo el Tawaf, el corazón de la peregrinación, su tercer pilar.



El último pilar, el cuarto, se trata de ir y venir del monte Safa al monte Marwa, a pie, siete veces seguidas, saltando en medio de cada recorrido. La historia que dio lugar a este rito es extraña, pero muy emocionante. Ocurrió cuando Hibrahim llevó a su mujer al desierto. En ese preciso lugar, una vez que Hibrahim había abandonado a Agar y a su hijo Ismail al amparo del Todopoderoso, la pobre madre corrió entre ambas colinas, buscando agua para su hijo sediento. Ya estaba a punto de morir de sed cuando el agua surgió. Se conserva el agua que salvó al niño en el pozo sagrado de Zemzem. Y en conmemoración a la loca carrera de Agar, el creyente tiene que imitar su recorrido. Como se puede uno imaginar, hace tiempo que el circuito sagrado no está en medio del desierto. El monte Safa está cubierto por una cúpula. Luego, tras haber recorrido siete veces el camino, el peregrino vuelve a pasar tres noches en Mina, lapidando diariamente los shaytan con las piedras en cuestión. Más tarde se dirige hacia Medina, la última ciudad santa del islam. El peregrino se lava, se perfuma y acude a rezar a la santa mezquita del Profeta, un fastuoso edificio con el suelo cubierto de alfombras rojas con motivos grises, que impresiona ante su vista. Reza ante la tumba del Profeta, y en el cementerio de sus diez mil compañeros, sus hijos y sus esposas.



 
Todas estas prescripciones parecen de una extrema rigidez, pero lo esencial reside en los cuatro pilares: El momento de la sacralización, la oración en Arafat, las siete vueltas alrededor de la Piedra Negra, y las siete idas y venidas entre los dos montes. Así, gracias a la solemnidad de la sacralización, se honra a la vez a Adán, a Eva, a Agar y a su hijo Ismail, así como a la señal de la mano derecha de Dios en la tierra.



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