sábado, 11 de febrero de 2012

A LA ORILLA DE LA CHIMENEA

Nunca soñó Joaquín en hacer un himno al amor incondicional y, por lo tanto, verdadero. Nunca soñó que esta canción fuera elegida entre un millón para agasajar la actitud de un amante. Nunca soñó con que fuera el himno al amor verdadero.
Pero, así es. Es un alegato en favor de lo que debe ser el amor. Sin pensarlo, posiblemente sin quererlo, y, seguro, sin ejercerlo, ha escrito una enciclopedia del amor incondicional. Va por vosotros, para que algún día aprendáis a amar y a ofreceros a ser: “Tal vez esa sombra, que se tumba a tu lado en la alfombra, a la orilla de la chimenea, a esperar que suba la marea”





Puedo ponerme cursi y decir
que tus labios me saben igual que los labios
que beso en mis sueños.
Puedo ponerme triste y decir
que me basta con ser tu enemigo, tu todo,
tu esclavo, tu fiebre, tu dueño.

Y si quieres también
puedo ser tu estación y tu tren,
tu mal y tu bien,
tu pan y tu vino,
tu pecado, tu dios, tu asesino…

O tal vez esa sombra
que se tumba a tu lado en la alfombra
a la orilla de la chimenea
a esperar que suba la marea.

Puedo ponerme humilde y decir
que no soy el mejor,
que me falta valor para atarte a mi cama.
Puedo ponerme digno y decir:
“toma mi dirección cuando te hartes de amores
baratos, de un rato… me llamas”.

Y si quieres también
puedo ser tu trapecio y tu red,
tu adiós y tu “ven”,
tu manta y tu frio,
tu resaca, tu lunes, tu hastío…

O tal vez ese viento
que te arranca del aburrimiento
y te deja abrazada a una duda,
en mitad de la calle y desnuda.

Y si quieres también
puedo ser tu abogado y tu juez,
tu miedo y tu fe,
tu noche y tu día.

Tu rencor, tu porqué, tu agonía…
O tal vez esa sombra
que se tumba a tu lado en la alfombra
a la orilla de la chimenea,
a esperar que suba la marea.

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