lunes, 13 de febrero de 2012

MORIR DE AMOR




Hay quien muere de amor. Hay quien decide –porque a estas alturas ya sabréis que todo en vuestra vida es una cuestión de decisión– abandonarse en el tedio y en la melancolía. Y hay quien decide refugiarse en un estado constante de alteración de conciencia, por medio del alcohol y las drogas, para escapar de una vida que no le gusta, que le hiere y que le angustia. Ella escogió un coctel de decisiones para acabar miserablemente con su corta y espléndida vida.

¡Cuántas veces me ha hecho vibrar! ¡Cuántas veces he derramado lágrimas de plenitud, de alegría y de admiración! ¡Cuántas veces he reproducido sus canciones, casi hasta rayar los cedés! Desde aquí, estés donde quiera que te hayan llevado tus ideas y tus convicciones, te mando mi amor más sentido y te deseo que no seas demasiado severa contigo; que no te juzgues sin ecuanimidad y que decidas plantearte una vida de felicidad la próxima vez que reencarnes en cualquiera de mil planetas con vida inteligente que existen en esta galaxia y los millones que nos envuelven.

Whitney no supo comprender que la felicidad está dentro de nosotros mismos, que es inútil buscarla fuera porque allí no está, y que lo único que importa en este mundo, en este plano, en esta realidad virtual que nos ha tocado vivir, es el amor total, que neutraliza todos los intentos de aleccionarnos a conveniencia de sus espurios designios para los hombres.

Yo siempre he considerado la existencia de un viejo arrugado, carcomido de odio y trufado de rencor que, delante de un enorme ordenador donde todos estamos metidos como realidades virtuales; como hologramas de energía que asemejamos peso y volumen, cuando lo que somos es pura energía vibrante, crea programas constantemente para hacernos tropezar y para desviarnos de la felicidad, que es el motivo por el que todos escogimos encarnarnos en este bello planeta de un sistema solar sito en un suburbio de la galaxia.

Y la única manera de escapar de los programas sibilinos, llenos de trampas, de añagazas y de argucias que el muy cabrón crea, es comprender que todo está en tu mente, que vives como piensas y que si piensas bien, indefectiblemente vivirás bien. Y que el amor total, sin condiciones, hacia ti mismo y hacia los demás, es el único antídoto; el mejor revulsivo para la serie de ocasiones que nos pone delante para que a él –el muy felón– se le alegre el ojillo.

La próxima vez que decidas regresar, tráete contigo un manual de instrucciones para la vida, y si no lo encuentras allá, bájatelo de mi blog. Me encantan las bromas, que de vez en cuando me brotan de mi alma de payaso. Mientras tanto, yo seguiré viviendo la felicidad que me proporcionan tus canciones. Descansa en paz, querida Whitney.

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