sábado, 13 de febrero de 2010

EL ANCIANO


Me encanta escribir en mi blog; en él vierto lo poco que sé, mis escasas fórmulas para ser feliz, mis experiencias que me han hecho más tolerante y más comprensivo. Si no tuviera nada que enseñar, posiblemente me callaría. Me resulta muy presuntuoso confesar que tengo algo que decir, pero después de muchos años el ser humano va adquiriendo cierta sabiduría que puede transmitir. Después, llega una época de regresión a estados anteriores. El anciano, por sus experiencias, por sus muchos años vividos, por sus alegrías e infortunios, debía de haberse revestido de una túnica de paz ante las circunstancias. Es muy apetecible para mí la idea del “consejo de ancianos” que regían los destinos de determinados pueblos; de los viejos chamanes llenos de sabiduría ancestral de los pueblos prehispánicos, de Dios con su imagen de anciano venerable con barba y cabellos blancos como la nieve.


Sin embargo, la experiencia me indica que, en la mayoría de las ocasiones, esto no es así. El anciano, actualmente sufre una suerte de transformación interior, que le hace parecerse más a un adolescente que a lo que es. Los viejos han dejado de enseñar a sus nietos; ya no declaran su parecer; ya no aconsejan. Y si lo hicieran, les daría igual. Hay en mi ciudad un parque con una charca inmunda donde aterrizaban algunas anátidas para descansar, para solazarse o simplemente para comer los mendrugos de pan duro que les ofrecían los paseantes.   Un buen día, vagando por las inmediaciones del remanso, coincido con una familia: los padres, un niño preadolescente y un anciano –supuestamente el abuelo- en sillita de ruedas conducida por el niño. El anciano mostraba la sabiduría vivida en el semblante, pero también la dejadez de la entrega. Al pasar por delante de los patos, que se afanaban en disputarse un currusco, oigo al tontorrón del niño decirle al abuelo, con tono imbécil, como recordaba que le hablaban a él sus padres cuando tenía 2 ó 3 años: “Mira, abuelito. Los patitos. Mira, mira, mira, cómo nadan, abuelito…” Aquel personaje vetusto, enjuto de carnes y encorvado sobre su regazo, le echó una mirada al jodio niño, como diciendo: “¡Pero, bobo de Coria!  ¿vas a enseñar a tu abuelo a hacer hijos?

¿Será por imbibición, por conveniencia, o por pura comodidad? No lo sé, pero el caso es que los viejos, en estos tiempos del ordenata y la cibernética, se están volviendo cascarrabias, egoístas, discutidores, prepotentes, estúpidos y chantajeadores. El envejecer con dignidad ya no se estila. Ahora el viejo tiene que ser de lo más decrépito, y, además, alardear de ello; como si fueran heridas de guerra o condecoraciones al valor.

Queridos: La edad se lleva en la cabeza. El cuerpo humano está fabricado para durar, en salud, diez veces más de lo que dura habitualmente. Sólo la mente humana es capaz de producir los estragos físicos que achacamos al paso de los años. La senilidad está provocada por nuestros erróneos programas mentales y por nuestras decisiones equivocadas. Decía Alejandro Jodorovsky, que su padre decidió llegar a los cien años para ver a su nieto crecer, y lo consiguió. Nos movemos por dos conceptos equivocados. Uno es: Mi padre murió a los 83 años, mi madre a los 85. Así que yo no podré durar más. Y llegando a los 82, ya tendré la mosca detrás de la oreja. El otro es: Todo el mundo proclama que la edad deteriora las condiciones físicas, de tal manera que a medida que yo cumpla años, me iré deteriorando. Podíamos guardar ambas teorías en el cajón de los desechos, esos cachivaches que no queremos ver, pero que no nos atrevemos a tirar.

Procurad, ancianos del mundo, envejecer con dignidad y considerar que la mejor manera para quedarse anclado en una silla de ruedas es perder la ilusión, la actividad y los alicientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...