sábado, 16 de enero de 2010

PERDER PARA GANAR (Victoria pírrica)

Esta es la grandeza de las probabilidades, de los factores de incertidumbre, de la concatenación de posibilidades y del factor azar. A esta sí se la puede calificar de victoria pírrica, porque, mediante un gran esfuerzo se vence en una batalla, pero el resultado no sirve para nada en el computo de la guerra. He rogado a los hados que perdiera el “FCBARCELONA, més que un club” algo, algo, por caridad. Que estos chicos descansen de su presión mediática, de la carga que supone ser omnipotentes, super, super y super de la muerte. Es que les iba a dar algo, un trastorno de Bazo, o algo. No se puede ganar todo en esta vida. Bueno, sí se puede, pero no se debe. ¡Que ninguno estamos preparados para esto, Señor! ¡Qué bochorno! ¡Desde Abril del 2009 ganando todos los títulos a los que se han presentado! Y porque no había más. ¡Me cachis!

Insisto. De vez en cuando viene bien una dosis de humildad, incluso para los sublimes de la elite de cualquier actividad en la vida. En el deporte, como en el deporte; y en la vida, con humildad y sin prepotencia, ni risitas por lo bajini, ni escarnio, ni mofa, ni befa. Normalitos, buenos, ganadores, pero campechanos. Porque, si no, lo que se juegan es que, en vez de admiración, inspiren un odio que te cagas. Yo los admiro desde antes de los seis títulos, y ahora que han perdido la clasificación para la copa del Rey, mucho más. ¡Caray! Ahora son humanos y se han colocado a nivel de todos los demás. Muchos de los que les denostaban, ahora están empezando a fascinarse con ellos. Muy bien, requetebién. Ahora están las cosas normales, y no habrá nadie a quien le dé pigricia hablar bien del “FCBARCELONA, més que un club”.

Esto no quiere decir que tengan que perder por obligación, pero sí por devoción. No hay cosa que inspire más odio y desprecio a los demás que un ganador prepotente y gilipollas, alentado por su representante. Me viene a la memoria un chaval, elato él, chulín, fuertote, mal encarado. Que, además, ganaba a las tabas, al taco, a las canicas, a las carreras de chapas, al rescate, a “rusia” y a lo que se pusiera. Estaba superdotado para dar por el culo a los demás. Y a fe que lo hacía, y, bien. Nadie se atrevía con él: Te podía estar pateando en el culo hasta que te perdiera de vista o hasta que se le cansase la pierna. Inspiraba respeto y miedo. Un buen día, a mediados de curso, acertó a aterrizar en el colegio el hijo de un oficial de la base de Torrejón, que, por cuestiones laborales, llegaba en aquella fecha a Madrid. Era un muchachote alto y rubio. Entre el final de los pantalones cortos y las medias escocesas, dejaba ver unos pelillos incipientes que, a nuestra edad, eran un dato de hombría que provocaba admiración. Colt, se llamaba.  Como el inventor del afamado revolver americano que salía en las películas del Oeste. Una mañana, el prepotente, quiso medir sus fuerzas con él y le puso una zancadilla cuando pasaba corriendo por su lado. El hombretón americano, fue a dar con toda su anatomía al suelo y rodó aparatosamente, tal era la velocidad que llevaba. Se levantó, se miró la sangre de una de sus rodillas, se sacudió el polvo de los pantalones y al alzar la vista para mirar a su verdugo, vio como le hacía una higa. Le pidió explicaciones educadamente y con su acento americano, y el otro le hizo otra higa como única respuesta. El american people, sin explicaciones y sin dilación, se acercó a una distancia de tiro y le propino un puñetazo en plena cara, que le hizo caer al suelo medio noqueado. ¡Un puñetazo en la cara! ¡Le había dado un puñetazo con el puño cerrado! Aquella actitud era inédita en nuestro círculo y a nuestra edad. Eso sólo se veía en las películas. Nosotros nos limitábamos a darnos manotazos, a cogernos por el cuello e intentar tirar al suelo al contrario. Aquello del puñetazo nos dejo estupefactos. Pero lo más relevante es que todos nos alegramos. A partir de aquel momento, el prepotente, asqueroso de Gustavo, se hizo más humano y acabó siendo amigo de Colt y de otros muchos que empezamos a considerarlo como mortal.

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